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Pedro de Candia: tras el Paititi en Carabaya

Pedro de Candia: tras el Paititi en Carabaya

Cuando los españoles invasores del Tahuantinsuyo llegaron al Cusco, los dos bandos, pizarristas y almagristas, se hallaban enfrentados por falta de acuerdo sobre los límites de los territorios que el rey de España había asignado tanto para Francisco Pizarro como para Diego de Almagro, siendo el Cusco el objeto principal de la disputa. El conflicto se resolvió en la Batalla de las Salinas, el 6 de abril de 1538, con el triunfo de los pizarristas y el apresamiento de Almagro. El afán, a veces desmedido, de ambas partes era la búsqueda de riquezas, sobre todo de metales preciosos a cualquier costo, sea el saqueo, el genocidio y sobre todo y en ese momento histórico, el descubrimiento aventurero de nuevas tierras y pueblos. En esa dirección desde el Cusco se organizaron expediciones descubridoras en proyección al Antisuyo, en la creencia de que en esa amplia selva se encontraba el fabuloso Paititi, supuesto lugar de abundantes riquezas. A la práctica de esas expediciones se dio en llamar “entradas”. Una de ellas es la que encabezó originariamente el griego Pedro de Candia, quien en esa fracasada aventura estuvo en tierras de las actuales provincias de Carabaya y Sandia. Aquí intentamos un resumen de lo acontecido en esos ya lejanos tiempos.

LA GEOGRAFIA DEL ANTISUYO

Antisuyo se denomina en términos generales a toda la ceja de selva (piedemonte) y selva (o “montaña”) ubicadas a lo largo flanco oriental de la cordillera de los Andes. Ello, no obstante, la literatura historiográfica peruana le otorga un ámbito más circunscrito: la parte que está a la altura del Cusco y que se prolonga hasta el sureste de la meseta del Collao, esto es, todo el flanco de altas cordilleras que mira al oriente (algunos de cuyos picachos llegan a 5,000 metros sobre el nivel del mar) entre las que se distingue a las de Apolobamba, la Real, la de Carabaya. Ese es el flanco o vertiente húmeda a la que se le ha conocido desde antiguo como Umasuyo por la cantidad de ríos y lagunas ahí existentes, en contraposición al Urcusuyo o flanco seco que mira a occidente, con solo pocas lagunas y escasos ríos que van a dar al océano pacífico.

El pie de monte, selva alta o ceja de selva se eleva entre los 1,000 y 400 metros sobre el nivel del mar, presentando una compleja orografía, con “superficie montañosa, plena de quebradas, lomas, laderas, contrafuertes, con una vegetación densa, y una temperatura tan cálida, que llega con frecuencia a los 40°”.

A la selva alta le sigue la selva baja o llano amazónico, tanto o más caluroso que la franja anterior, se eleva entre los 400 y 800 metros sobre el nivel del mar y se extiende hacia el este sin mayores accidentes geográficos. Era, si es que todavía lo es, “la jungla impenetrable, llena de terribles peligros, al borde de la cual se detiene toda civilización”.

Mapa de la región

Debe tenerse en cuenta que el antiguo Antisuyo, traslapado en parte con el actual departamento de Madre de Dios “es aún hoy uno de los territorios más misteriosos, salvajes, desconocidos y puros del planeta. Sus selvas vírgenes (en la región puneña como Bahuaja Sonene y Tambopata) fueron oficialmente declaradas territorios intangibles en los que no sólo está prohibido el ingreso, sino también cualquier explotación minera, hídrica o forestal, justamente para preservar la enorme biodiversidad que contienen”.

En cuanto a lo político administrativo de la zona alta y baja de la Carabaya de esos tiempos, un estudio burocrático[1] lo describe así:  

…la extensión territorial de Carabaya comprendía la actual Sandia llegando a formar una parte de la Audiencia de Charcas del virreinato de Buenos Aires. Posteriormente se dividió en dos gobernaciones por mandato del Rey Carlos V.

En 1544 el corregimiento de Carabaya forma parte del virreinato del Perú, se llamaba también “Repartimiento de la Carabaya de la Corona Real” dependía del Obispado de la Audiencia de Charcas, pero religiosamente dependía del Obispado del Cuzco. Su capital San Juan del Oro fue fundada por Hernández Girón en 1549. Los anexos o parcialidades del corregimiento eran Santiago de Sandia, San Miguel de Phara, Ollachea, Azaroma y Chía, San Salvador de Ayapata; Macusani Copa, San Lorenzo de Ituata y Santa Catalina de Coaza.

EL ANTISUYO EN EL INCARIO

Es de dominio general que el Tahuantinsuyo -como este nombre lo indica en lengua quechua- estaba conformado por cuatro partes: Contisuyo, Chinchaysuyo, Collasuyo y Antisuyo.

El término “Antisuyo”, según Luis E. Valcárcel, deriva de las voces Janan=altura y Ti= conjunto o reunión, o sea reunión de alturas, cordillera, se halla en dirección de la naciente del sol, detrás de las montañas de los Anti (o Andes). Contrariamente, Contisuyo deriva de Kon=fuego, Ti= todo, conjunto. Todo el fuego, en referencia a la bola de fuego del sol cuando parece hundirse en el mar.

Los Incas trataron de entrar a los Antis, pero no lo consiguieron plenamente. Vásquez Espinoza[2] en base a información de quipucamayos, señala que fue Inca Sinchi Roca quien conquista “Chungara y Carabaya”. En el “Discurso sobre la descendencia y gobierno de los Incas” integrante de las “Informaciones” que Cristóbal Vaca de Castro mandó levantar en 1543, se dice que fue Pachacútec el inca que sometió a los Callahuayos (de donde deriva el nombre de Carabaya), así como a los chunchos y Moxos, hasta Patite donde hace construir una fortaleza. Pachacútec había recorrido el río Amarumayo (o río de las serpientes, actual río Madre de Dios) y habría regresado al altiplano andino con mucho oro, coca, valiosas plantas medicinales y frutos exóticos.

Eduard Meyer, historiador alemán, confirma que “la expansión y anexión del oriente andino al Tawantinsuyu se efectuó por el Inoa Pachacuti y su hijo Inma Tupac Yupanqui”. Citando a Sarmiento de Gamboa, sugiere que la primera incursión inca a la zona “fue realizada por el capitán Api Curimache, siguiendo la orden de Topa Inoa, alcanzando el río Patita, amojonándolo y capturando a los curacas locales”.

Chuncho de Amarumayo. Artista desconocido.

Según el cronista Garcilaso de la Vega, “Inca Roca inicia la conquista de la ‘montaña’ propiamente dicha por el Alto Madre de Dios y manda a su hijo, Yawar Huacac a seguir el rio Paucartambo y luego el Pilcopata. para tomar las provincias de ‘Avisca y Tono’ futuras zonas cocaleras. Tupac Yupanqui envió un ejército en una flota de balsas de maguey que bajó el curso meridiano e inferior del Amaru Mayo y sometió a los pueblos ribereños conocidos como ‘chunchos’ y alcanzó la provincia de los “musu”, “moxos” o “mojos”, donde se instaló el contingente sobreviviente”

De otro lado, el historiador Saignes[3] dice que fue el callahuaya Ari Capac Iqui quien abrió al Inca el camino del Antisuyo a través de los valles de Apolo. Como retribución, el Inca decidió nombrarlo gobernador de una futura provincia inca-callahuaya, en tiempos en que era tan solo jefe del poblado de Charasani. Su nombre, “Ari Capac Iqui”, es un nombre de origen puquina (que significa “padre” en pukina, y Capac, “supremo”). La nueva provincia inca de Carabaya se extendía desde Usicayos hacia el valle de Ambana y los incas honraron con bienes de prestigio y títulos a la familia del tal Ari Capac Iqui.

EN LOS PRIMEROS TRAMOS DE LA INVASIÓN HISPÁNICA

El contexto social, económico y político que prevalecía en los orígenes y desarrollo de los afanes aventureros de descubrimiento de nuevas fuentes de apropiación de riqueza por parte de los españoles invasores, son expuestos por el historiador peruano Nicanor Dominguez:

La conquista española de los Andes, como en general en el resto de América, fue una empresa privada de grupos de aventureros y comerciantes que obtenían una autorización de la corona para explorar territorios, sojuzgar a sus pobladores y someterlos a la jurisdicción colonial del reino de Castilla. El principal interés era descubrir y explotar los recursos minerales de una región, lo que solo se podía lograr controlando a la población indígena.

Tras la etapa militar de le conquista, los españoles distribuían entre sí la mano de obra indígena disponible, lo que les permitía asentarse en las nuevas ciudades que fundaban en su avance. A esta distribución de mano de obra se le llamaba “reparto” y al grupo asignado “repartimiento”. Por el compromiso de cuidar por la evangelización de los indios, nuevos súbditos de la Corona, los “repartimientos” también recibían el nombre de “encomiendas” y sus beneficiarios eran los “encomenderos”. Este patrón de asentamiento y control se aplicó en el Caribe desde 1493, en México desde 1521 y en los Andes desde 1534.

Las “encomiendas” repartidas por Pizarro, Vaca de Castro y Gasca, entre 1534 y 1549, significaron en la práctica el otorgamiento de kurakas e hilacatas a un conquistador español, para que pusieran al servicio del beneficiario a los indios que tradicionalmente les estaban subordinados. La gran demanda de “repartimientos de indios” para numerosos “encomenderos” en esos quince años iniciales del proceso de conquista llevó a desarticular la jerarquía interna de los grupos étnicos, transformándose los distintos niveles de subunidades étnicas, las distintas “parcialidades”, en las nuevas unidades tributarias del sistema colonial hispano, las “encomiendas” o “repartimientos”. Así, los “repartos de encomiendas” consistieron en asignar “caciques” y “mandones” a cada conquistador, pues solo las autoridades indígenas podían garantizar el flujo de bienes, servicios y mano de obra de los grupos o comunidades en beneficio de los encomenderos.

La búsqueda de beneficios personales de los españoles venidos al Perú y sus permanentes propósitos de enriquecimiento personal y familiar tiene su origen en la captura del golpista inca Atahualpa en Cajamarca y en el tiempo que este estuvo preso entre 1532 y 1533, durante el cual en ejecución del incumplido (por la parte invasora) pacto de “rescate”, fue recibiendo objetos de oro y plata de gran diversidad traídos desde los confines del territorio tahuantinsuyano. Uno de esos confines y del cual se habló mucho fue el “oro de los Callahuayas”, etnia pukina-aimara cuyo centro se ubicaba en el borde collavino frente a los Antis. Con ese dato en la mente llegaron a Cusco muchos hispanos ávidos de riqueza, en especial Francisco Pizarro a quien le dijeron que en Carabayase extraían grandes pepitas que no necesitaban ningún tipo de tratamiento metalúrgico[4].

Histórica decisión: Pedro de Candia, el primero de los “13 del Gallo” en cruzar la raya trazada por Francisco Pizarro en la isla Gorgona para quienes quisieran continuar la invasión al Tahuantinsuyo o renunciar a la empresa.

LA ENTRADA DE PEDRO DE CANDIA AL PAÍS DE AMBAYA

La entrada de Ambaya, como la suelen llamar Cieza y Herrera, es conocida indistintamente con los nombres de Alalla, Andes, Avisca, Chunchos y Mojos por otros cronistas.

Según amplias investigaciones históricas, la primera expedición que incursionó en tierras del Antisuyo fue la que lideró el capitán Pedro de Candia, uno de los Trece del Gallo.

¿Quién era Pedro de Candia? Abundan las biografías sobre este personaje que nunca podrá ser obviado toda vez que se trate de abordar la historia de la invasión militar, religiosa y cultural al Estado inca por parte de las fuerzas armadas españolas juntamente con la clerecía del catolicismo europeo.

Tauro del Pino[5] refiere que Pedro de Candia nació en fecha no precisada, en la isla griega de Creta que los españoles llamaban Candía. Después de participar en varias guerras que sostuvo España con otras potencias europeas, vino al nuevo mundo y se plegó en Panamá a la hueste que a la sazón en 1526 formaba Diego de Almagro para reforzar la expedición destinada a descubrir el Tahuantinsuyo. Se unió a Francisco Pizarro en las inmediaciones del río San Juan llegando luego a la Isla del Gallo (3 de junio de 1527) para esperar los refuerzos que Almagro debía reclutar en Panamá. Al mismo tiempo llegaron algunas quejas a poder del gobernador Pedro de los Ríos quien envió como juez a Alonso Tafur por cuya actuación se produjo la famosa decisión de sólo 13 hombres, los que declara­ron estar dispuestos a continuar en la empresa “descubridora”. Entre ellos estaba Pedro de Candía.

Llegado a Tumbes “se arriesgó a ser el primer invasor en pisar tierra tahuantinsuyana” y observar el pueblo y las costumbres de sus gentes. Allí pudo apreciar los ricos ornamentos del templo y las casas. Su relato causó asombro y reforzó los planes de conquista, pero el pequeño grupo hubo de volver a Panamá. Como el gobernador de los Ríos negó su autorización para reanudar la empresa, Pizarro se dirigió a España con el propósito de solicitar la merced del rey, llevando consigo a Pedro de Candía. Pizarro obtuvo la “capitulación de Toledo” (26-VII-1529), en la cual se reco­noció al Griego como hidalgo, en atención a sus servicios y además se le proveyó como regidor de Tumbes y artillero mayor de la armada”. Luego participó en diversos eventos de la invasión atendiendo a la fundición de las piezas de artillería y la fabricación de pól­vora, y desplegando valor en los combates. Estuvo en la fundación de Piura (15-VI1-1532) y en la subsiguiente marcha hacia las tierras interiores. En la captura de Atahualpa en Cajamarca, ubicado sobre un fortín situado en la plaza, en determinado y concertado momento disparó un falconete que causó pánico en la muchedumbre que acompañaba al inca, lo cual facilitó la matanza que los invasores hicieron empleando su superioridad tecnológica militar y su mentalidad genocida.

En el fabuloso rescate que ofreció y dio Atahualpa a sus esbirros por su libertad, correspondió a Pedro de Candía 9.909 pesos de oro y 407,2 marcos de plata, según Sancho La Hoz. Con Hernando de Soto, Diego de Agüero y Miguel de Estete fue destacado luego hacia Cuzco, en una misión desti­nada a explorar el imperio de los incas. El griego estuvoen la fundación española de Cuzco (23-11-1534) y fue su primer alcalde. Desde allí inten­tó la conquista de la región oriental (1538). Murió durante el fragor de la Batalla de Chupas el 16 de septiembre de 1542, atravesado por una lanza que su mismo jefe, Almagro del Mozo, le infringió acusándolo de traición.

Candia al frente de un numeroso contingente de soldados hispanos e indígenas se encamina en búsqueda del país de Ambaya o “el Paititi”

PROLEGÓMENOS

La compleja y movida situación político-social que se vivía en el Cusco después del triunfo pizarrista en su lucha armada contra Diego de Almagro es pintada por Juan José Vega en estos términos:

“Fue en 1538. Para entonces el malestar aumentaba día a día en el Cuzco. Cundía el desorden; y pasados los festejos de la victoria sobre Diego de Almagro pronto el régimen pizarrista se hizo insosteni­ble. No tanto por las desmedidas ambiciones de los capitanes vencedores en Las Salinas, cuanto por el fuerte número de conquistadores que se congregaba en la antigua capital incaica y que crecía sin cesar. A la grave situación social prevaleciente, de pobreza de los indígenas, se sumaron las veleidades subver­sivas de lugartenientes resentidos, como Diego de Urbina, Felipe Gutiérrez, Miguel de Mesa y Diego de Rojas; jefes que, aún rodeados de boato, se creían mal remunerados”… La cosa era harto más delicada por hallarse preso en la ciu­dad el viejo Almagro, quien otra vez podía atraer despechados ofreciendo un nuevo reparto del Perú.

Fue un dilema. Ninguno de los Pizarro acertaba la respuesta. No había ya nada que en­tregar en el Perú: ni encomiendas, ni minas, ni rebaños, ni concubinas. Todo estaba dado de antemano a las pocas decenas de conquistadores pizarristas más antiguos y prestigiados… se sentían héroes y aspiraban, por tanto, a ser señores por más que su partici­pación en las guerras de la conquista o en las civiles frente al almagrismo hubiese sido ínfima.

PAITITI

Es en ese masivo conflicto latente que se tejen en el dominio público comentarios especulativos sobre la existencia de fabulosas riquezas en el Antisuyo, en sus “pródigas comarcas ubicadas por el lado de las selvas, por oriente, por allí donde salía el sol”.

Adjudicaron a Manco Inca, a la sazón en Vilcabamba, el origen y campaña promotora de la difusión de esas noticias que atrajeron de inmediato la atención de los desocupados españoles, ansiosos de aventuras para conseguir riquezas. Manco conociendo la realidad del Antisuyo habría querido conforme a su causa libertaria, que más españoles mueran en el intento conquistador.

El propagado deseo descubrir y conquistar ese imaginado imperio al cual se empezó por denominar desde Panamá en 1530 como “El Dorado” se afirmó y fue ganando muchos adeptos. José de Mesa, historiador boliviano, señala[6] al respecto que:

… La posición primitiva de este reino misterioso y opulento se colocó en Colombia, pasando sucesivamente a Venezuela, la Guayana, el norte del Brasil (región del Amazonas) y el sur del Brasil (región de Matto Grosso); más tar­de se creyó que El Dorado se encontraba en la región del Paraguay, siendo los Moxos el último sitio por donde lo buscaron ya con el nombre de Paititi.

El término ‘Paititi’ por lo general se vincula estrechamente con las posibles expediciones y/o migraciones desde la serranía andina hacia la selva amazónica. La palabra ‘Paititi’ en las diversas fuentes históricas puede designar un río, una laguna, una región, una montaña o aludir al nombre propio de un jefe de cierto grupo étnico en la selva alta o en las llanuras. 

Según Vera Tyuleneva [7]:

Desde los lejanos tiempos de la Conquista se ha hablado de la existencia de “Ciudades Perdidas”, del legendario Paititi y de fabulosas riquezas escondidas entre la floresta del Departamento de Madre de Dios, encaramadas en las estribaciones de los Andes que penetran como contrafuertes en la selva virgen.

CUSCO 1537-1538

En ese momento histórico que vivió Cusco “ca­si todos acabaron creyendo en fabulosos El Do­rado, mítico reino en el cual so­braban los tesoros. Apoyaba esa creencia la cantidad de lavaderos de oro en los ríos que desde Carabaya bajaban a la selva. Esa situación real “debió contribuir al marco dora­do de estas extrañas versiones”, dice Vega.

Pedro de Candia, convertido en hombre rico e influyente en el Cusco de 1537 cayó en el se­ñuelo. Lo convenció la versión de su amante india de sangre real que afirmaba la existencia de ricas comarcas en lo que llamaba “Ambaya”.

¿Qué otro móvil aparte del relato de la india condujo a la realización de la entrada? Después de la derrota del ejército almagrista en la batalla de las Salinas, Almagro pasó cautivo al Cuzco. “Los de Chile”, como se motejaba a los almagristas, siguiendo a su líder se aposentaron en dicha ciudad quedando el Cuzco convertido en el teatro en el que se escenificaba el conflicto siempre latente entre dos grupos de conquistadores[8]

CANDIA Y SUS PREPARATIVOS

Candía era personaje sobresaliente en el Cusco. No era “uno más” de los invasores del Perú; era Capitán Mayor y opulento encomendero, cargo y condición otorgada por el Rey, lo que no había ocurrido con sus pares.

El historiador James Lockhart[9] señala que en ese tiempo Candia “se mantenía como uno de los principales lugartenientes de Pizarro, pues no sólo había sido uno de los 13 de la isla del Gallo, sino que, como marinero, artillero y fabricante de pólvora, tuvo un rol destacado entre los señalados como “los extranjeros”.

Candia estaba alucinado con la idea de la exploración de nuevos imperios -agrega el historiador norteamericano- y recibió el entusias­mo de la gente que lo rodeaba. Entre ellos se no­taba cierto número de almagristas. “Le habló a Hernan­do Pizarro para que le quisiese dar la conquista de la tierra que, según decía se llamaba Ambaya, y nombrarlo por Capitán”.

Hernando Pizarro mañoso y matrero caudillo, alimentó los ensueños de Candia “y accediendo a los petitorios del griego, instó a este a poner empeño en el proyecto, pues según el cronista Zárate eso le permitía: “la una remunerar sus amigos y la otra desterrar sus enemigos”[10]. Además, podía confiscar la fortuna de Candia si esta la conseguía y el adelantado moría en la aventura.El mito ya bastante socializado le caía como anillo al dedo para descompresionar las tendencias en sorda pugna.

Juan José Vega, acota al respecto:

(Hernando Pizarro) hizo luego que se alistara el mayor número posible de gente pobre o despo­jada, como los almagristas y también ciertos capitanes amigos pero revoltosos. La perversa tra­ma urdida alcanzaba así pleno éxito, cumplién­dose con ejemplar sangre fría. De paso liquida­ría a quince o veinte mil indios más, de los que hambrientos circundaban el Cuzco. Enviados co­mo auxiliares o como cargueros poca opción ten­drían de retornar del infierno selvático.

Dice Mendiburu[11] que Candia con la esperanza de hacerse más rico de lo que ya era,

“tomó empeño en abrir una campaña incierta gastando ochenta y cinco mil pesos de oro que tenía y contrayendo una deuda de otro tanto. Había en el Cuzco más de mil seiscientos soldados; y como muchos eran pobres y murmuraban a Pizarro, se alistaron trescientos calculando que el proyecto sería bueno desde que Candia gastaba tanto en sus aprestos”.

Conocida la decisión de Hernando Pizarro autorizando la expedición, Candia empezó a organizar su hueste. En ejercicio del flamante cargo de Capitán General nombró a Juan Quijada y repartió las capitanías entre distinguidos españoles amigos. De otro lado, los desocupados y descontentos que pululaban en la ciudad imperial se pusieron en fila y “llegaron a formar un grupo de trescientos entre jinetes y peones, tres mil cargueros indios, mujeres y negros de servicio”.

La cruz y la espada, símbolos de la invasión 1532

EMPIEZA LA AVENTURA DESCUBRIDORA

Concluidos los preparativos, “Pedro de Candia salió en medio de un desfile con tambores y banderas en alto”. Por supuesto, usado caballos y probablemente, hasta cierto trecho, una recua de llamas.

No se ha llegado a precisar el día exacto de la partida, pero fue sin duda a mediados del año 1538. “No antes del 6 de abril (fecha de la batalla de las Salinas), ni después del 8 de julio de ese mismo año (día de la ejecución del adelantado Almagro)” reza una información. La mayoría de los estudiosos del tema convienen en que fue en junio de ese año.

Luego de levantar su campamento, el griego anduvo hasta el valle de Paqual y acampó a orillas del rio Mapacho Yavero, afluente del Urubambaconocido como Paucartambo, distante diez leguas del Cusco y acampó. Allí estuvo un mes y medio preparando la entrada con meticulosidad.

Remontando la rama oriental de los andes, el ejército llegó a la puna de Akanako (4,000 m.s.n.m.) y desde allí empezó la bajada por el amplio flanco cordillerano trasponiendo la franja que los nativos llamaban “Camanchaca” zona de neblinas en la cual según un dicho popular “el sol jamás es visto ni las nubes dejan de estar negras o nebulosas”.

Siguió la expedición su lento y dificultoso ingreso a “los Antis” hasta encontrar – ya en la vertiente amazónica- el río Tono, que era uno de los afluentes del Manarí que, junto con el Manú, el Oparatí, el Inambari y el Tambopata (o “Carabaya”) conforman el curso del actual Madre de Dios, conocido en esos tiempos como Amarumayo. Leverato[12] dice que en realidad el rio Tono desemboca en el Río Pilcopata que, a su vez, uniéndose al Piñi Piñi, forma el alto Madre de Dios.

Ya en plena ceja de selva llegó al poblado de Apatari, en donde después de aprovisionarse de coca y otras subsistencias siguió camino hasta el punto conocido como Abiseo. En el trayecto “Candia y sus acompañantes sufrieron indecibles penalidades: en primer lugar, tuvieron que descender hacia los llanos por pendientes casi cortadas a pico, repletas de vegetación”.

El cronista Antonio de Herrera[13] describe los horrores del viaje al decir:

…y prosiguiendo su camino halló tan malos pasos, tan trabajosos y dificultosos, que los caballos se desempeñaron y los hombres se herían y maltrataban y con todo eso pasaban adelante…Con estas grandes dificultades viendo tan temerosas montañas y espesuras adonde jamás veían el sol ni claridad sino siempre lluvias y tempestades, se halló muy atajado, y tratando con los capitanes lo que se haría, o volver atrás o pasar adelante, estaban confusos porque el continuar el viaje era imposible y temeroso volver por donde habían entrado también les pareció que tenía las mismas dificultades… Envió gente que descubriese la tierra para proseguir el camino y los que fueron volvieron al cabo de algunos días diciendo: que la espesura crecía y no podían hallar camino que no fuese con el mismo trabajo pesado. Y aquí creció el dolor y el afán por verse metidos en tierra tan áspera, sin luz ni esperanza de lo que había de suceder.

Con inmensa fatiga por montañas espesas, y pasando infinitos peligros, llegaron a unos valles ardientes donde descansaron y se aprovisionaron de lo que había a la mano para alimentarse. En la ceja de Selva cusqueña-puneña, los problemas y dificultades cobraban gravedad creciente. “Los caballos se despeñaban, los hombres se herían y maltrataban”.

Candia enviaba exploradores para que viesen lo que tenían por delante.  Uniformemente ellos contaban a su regreso, que el terreno era más abrupto, espeso e intransitable. Ante las malas noticias creció la confusión y el desaliento entre los expedicionarios. Además de todo ello el descontento sedicioso emergía cada vez con mayor claridad por el hecho de que los españoles a las órdenes de Candia sentían muy poco respeto por la autoridad del extranjero como su jefe.

Rafael Sánchez-Concha[14] describe la penosa la tragedia que sufría y rondaba permanentemente al grupo cada vez menos numeroso de aventureros:

 El entusiasmo de los soldados disminuía y las bestias de carga caían al abismo tras quebrarse las patas. No se hablaba ya de Ambaya, los hombres maldecían la errada decisión de su caudillo: habían llegado por un terrible camino a una tierra estéril y hostil. El frío y la incesante lluvia agravaban la situación.

Mientras avanzaban por la espesura salvando mil dificultades trataban de avanzar por la espesura fueron atacados por un grupo de chunchos. En el violento encuentro murieron indios, pero ningún español. Lograron tomar prisionero a uno de los atacantes, quien mediante interprete, dijo que más adelante no había sino más arboles como los que habían pasado, que se alimentaban de yuca y algunos animales y peces; que en aquella espesura había monos y uturuncos, recomendando que no pasaran adelante. Con esos datos aumentó el sentimiento de desilusión, arrepentimiento en la tropa, pues el soñado “país de Ambaya” resultaba una quimera.

Sánchez-Concha acota relatando la llegada de la hueste al bajo Inambari:

Ver También

…No obstante, pasaron adelante caminando cada día una legua, padeciendo notable tormento con las muchas espinas, porque, aunque iban con gran tino, los lastimaban las agudas púas en los pies y piernas que se le hinchaban. Y pasando ríos, ciénagas y pedregales era grande el dolor porque eran muchos los llagados y gran compasión verlos por tantas maneras fatigados porque ya se le sentía el hambre y comían los caballos y llamas que morían y quedaban.

ADMITIENDO LA DERROTA

El griego se vio emplazado por los hechos y por sus capitanes que plantearon una junta decisoria con la finalidad de acordar una salida apropiada. Después de acalorada discusión sobre la alternativa retroceder o seguir, decidieron por esta última, pero no por la ruta en la cual entraron sino hacia el sudeste, es decir hacia Sandia Carabaya.

En efecto, bordeando por el piedemonte o ceja de selva contigua a la Cordillera de Carabaya, orillando el rio San Gaban, afluente del rio Inambari, pisaron la tierra de la encomienda de Alonso de Mesa.

La figura del griego empezó a perder la condición de líder cuando la mayor parte de los expedicionarios dejó sus huesos en medio de la selva y los caballos murieron o fueron ultimados para comerlos.

En plena ceja de selva puneña Candia aún pensó redireccionar su trayectoria con la esperanza de encontrar el “territorio rico en oro” o pueblo de los chunchos, al oriente del rio Carabaya, hoy llamado Tambopata, del cual le habían hablado los nativos que lo acompañaban.

No pudo tomar ese nuevo curso, porque sobrevinieron acontecimientos que lo obligaron a dar nuevos giros a su empeño descubridor.

UN PLAN CONSPIRATIVO

Ocurrió que en las filas de la tropa de Candia -sin que él lo sepa- Francisco de Villagra y Miguel de Mesa empezaron a urdir la conspiración cuyo objetivo era “tomar el Cuzco, salvar a Diego de Almagro de las garras de los pizarristas, y acto seguido quitarle la vida a Hernando Pizarro”. La pequeña fuerza insurgente se encaminaba ya hacia el Cusco, pero una infidencia hizo que fueran descubiertos.

Enterado Hernando Pizarro va en busca de Candia que acampaba[15] entre Corani y Macusani; lo encuentra y lo apresa junto con Villagra y Mesa. Da muerte a éste y envía a los otros dos a su hermano Francisco para que él sea quien determine lo que más convenga.

El cronista Pedro Pizarro[16], refiere que Hernando Pizarro destituye a Candia y concede a Peranzures (Pero Anzures de Camporedondo) la autorización de explorar el territorio del Carabaya o país de los Chunchos, adjudicando a este el personal que el griego mandaba. Temeroso de lo que podrían hacer “los de Chile”, da muerte al Adelantado Diego de Almagro el 8 de julio de 1538, aplicándole la pena de garrote.

Pedro de Candía fue liberado porque se probó que no había participado de la conspiración anti-pizarrista. Parte de la gente de la cual lo despojaron fue asumida por Peranzures, quien de inmediato inició una segunda entrada a los antis ingresando a la selva por Carabaya con lamentables dificultades y resultados, los cuales han sido contradictoriamente descritos por algunos historiadores. Candia fue a quejarse por esa afrenta ante Francisco Pizarro que venía de Lima. Se dice que “El marqués no se preocupó por borrar la ofensa de su hermano Hernando”, sin embargo, le extiende autorización para que continúe la búsqueda del Paititi.

DE NUEVO Y A ACOMODARSE

Retomando la iniciativa descubridora, Pedro de Candía, reasumiendo el mando de otra parte que quedaba de su tropa que por alguna razón lo esperó en Ayaviri, se preparó con refuerzos y pertrechos para un mejor reconocimiento del sur andino. Se puso en marcha hacia el Río Carabaya (Tambopata), siguiendo los pasos de Peranzures quien probablemente se encontraba cerca a la confluencia del ese río con el Pablobamba, donde hoy surge el pueblo de Putina Punco.

Los dos comandantes se encontraron justo en aquella zona en agosto de 1539 y establecieron su cuartel general exactamente donde dos años más tarde fue fundado el pueblo de San Juan del Oro por Francisco Hernández de Girón, localidad que llegó a ser capital del corregimiento por varios años.

En su afán de mantener sus expectativas descubridoras en la selva, pese a no haber encontrado el oro buscado ni territorio ni gente, Candia se dirigió en dirección al sur, hacia las todavía lejanas y desconocidas Charcas y Tarija, y atendiendo algunos consejos optó por bordear el piedemonte de Carabaya, llegando finalmente a Larecaja en la región de los Umasuyos.

De esa manera los sobrevivientes de la desastrosa experiencia previa en los llanos orientales se estacionaron en Larecaja donde de consuno con Peranzures se internaron al sur por la ruta Huarina en proyección a Paria y Chiriguanos.

Lo que ocurrió en esta nueva empresa conjunta, es otra interesante historia.


[1] Estudio de Diagnóstico y Zonificación de la provincia Carabaya, PCM

[2] Antonio Vàsquez de Espinoza: Compendio y Narración de las Indias Occidentales. Libro Cuarto, Capítulo 95

[3] Thierry Saignes Los Andes orientales, historia de un olvido, CERES. “Estudios históricos” n°2. IFEA – Cochabamba, 1985, XXII

[4] Pedro Sancho de La Hoz: Relación de la Conquista del Perú, CAP XIV

[5] Alberto Tauro del Pino: Enciclopedia ilustrada del Perú, Tomo 4, Ed PEISA, Lima

[6] José de Mesa: HISTORIA DE BOLIVIA Ed. Gisbert, La Paz 2001 p 131

[7] Vera Tyuleneva. Paititi. Historia de la búsqueda de un reino perdido. Fondo Editorial de la PUCP, 2008

[8] Rafael Sánchez-Concha Barrios: LAS EXPEDICIONES DESCUBRIDORAS: LA ENTRADA AL PAIS DE AMBAYA (1538), Instituto Riva-Agüero

[9] James Lockhart: LOS DE CAJAMARCA, Ed Milla Batres, Lima 1972, p. 142 y ss

[10] ZARATE, Agustín de … Historia del descubrimiento y conquista del Perú, en Biblioteca Peruana Lima, Editores Técnicos Asociados S.A., 1968. Lib. m, Cap. xn, Tomo JI, p. 196.

[11] Manuel del Mendiburu: Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, Tomo II, Pedro de Candia

[12] Yuri Leveratto: “En busca de El Dorado” Ed Amazon 2009, www.yuerileveratto.com

[13] Antonio de Herrerra: HISTORIA GENERAL DE LOS HECHOS DE LOS CASTELLANOS EN LAS ISLAS Y TIERRA FIRME DEL MAR OCÈANO http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/bnd/632/w3-article-334675.html

[14] Rafael Sanchez Concha Op Cit

[15] Yuri Leveratto, Op Cit

[16] Pedro Pizarro: Relación del Descubrimiento y Conquista. de los reinos del Perú Ed. FCE, Lima 2003

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