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La virgen y la candela

La virgen y la candela

Se ha escrito abundantemente sobre el culto religioso a la Virgen de la Candelaria, sobre sus festividades en distintos espacios y sus diversos modelos de imágenes ubicadas en templos del “viejo mundo”, América y el Perú, particularmente la de Puno, que en esta oportunidad concita el interés de escritores y lectores.

No creemos exagerado decir que sobre el tema hay toneladas de papel escrito y material electrónico de peso. La literatura acumulada ha incidido en historiografía, análisis de símbolos y rituales, así como enfoques descriptivos y sincréticos sobre la rica temática de los eventos que se desarrollan en cada lugar y tiempo de las fiestas que la Iglesia católica y sus fieles devotos celebran en homenaje a la “Madre de todos los puneños”.

Sin embargo y pese a todo lo anterior, en primer lugar, es ostensible la reiteración amplia e insistente de lugares comunes en el maremágnum de trabajos intelectuales sobre la materia. En segundo lugar, parece ser que el tema dista de ser agotado, ya que subsisten aspectos, detalles, subtemas que podrían no haber sido suficientemente desarrollados ni tocados debido a que seguramente se les adjudica importancia ninguna o menor. Ese sería el caso –por ejemplo- de la estrecha relación entre la virgen y la candela que define la nombradía de la Patrona de Puno. Sobre esto nos proponemos dar solo algunos alcances. Veamos.

El fuego, la candela

Representando al fuego, la imagen de la virgen Candelaria de Puno tiene entre los elementos que componen su indumentaria, un candelabro que porta en la mano derecha. Ese utensilio sirve para mantener enhiesta la vela o candela, fijándola en un cilindro hueco unido -mediante una columnilla- al pie del utensilio en mención.

Desde antiguo se ha postulado que el fuego es uno de los elementos de la naturaleza, junto con la tierra, el agua, el aire. El fuego produce calor y luz. Se le conoce también –aunque con poco uso- como lumbre y se lo define en forma precisa, general y breve como “materia combustible encendida”.

El fuego se presenta en forma de llama, brasa, ignición, combustión, incandescencia. Consume todo lo que quema, todo lo que devora. Uno de sus efectos, además del calor, es la luz o sea el fulgor, resplandor, brillo, destello.

Se entiende por Candela, cualquier materia combustible encendida o que podría encenderse; sea vela, cirio, lumbre. Si es vela generalmente es portada o sostenida por un candelero o candelabro.

El fuego del sol que llega a la tierra con calor y luz. Ambos fenómenos posibilitan la vida en el planeta, en forma natural. Por su parte, el calor artificial proviene de distintos objetos creados por el ser humano. El calor y la luz producidos por el fuego natural o artificial cambia sus manifestaciones por diversos factores tales como el clima, la estación, el lugar, la hora, el ejercicio, el traje, el alimento, el estado de salud y mil otras cosas.

Diversos pueblos de la antigüedad tuvieron al fuego como un elemento sagrado de purificación. En Judea, nos habla la historia de muchos sacrificios, los cuales con­sistían en pasar por las llamas a los niños recién nacidos, con el ob­jeto de que quedaran purificados. En Egipto no sólo se vio en el fuego un emble­ma sagrado de purificación, sino que fue objeto de adoración concebido como una causa supre­ma. Incluso en la India de nuestros días es una costumbre re­ligiosa el quemar a los muertos y arrojar sus cenizas al Ganges.

El culto a María

Se ha dicho con acierto que en el medioevo europeo “el culto a la Virgen María se halla docu­mentado desde la Antigüedad cristiana con representaciones iconográficas de la Virgen y el Niño. Se trata de una devoción natural y lógica de los feligreses católicos, puesto que en sus tradiciones religiosas se consigna que María se halla presente en los mo­mentos cruciales de la vida de Jesús”.

Los feligreses medievales tenían a la Virgen María como su Santa Madre sobre la Tierra. Por ello era nombrada como “Nuestra Señora” (Notre Dame) y era conceptuada como intercesora que rogaba en el cielo por los pobres pecadores humanos.

Hay que decir que después de honrar y servir a la virgen María, los feligreses honraron y sirvieron por extensión a la mujer en general[1]. De ahí la propensión de la iglesia católica de tener a la mujer como su aliada y seguidora en la finalidad estratégica de mantenerse vigente y hasta expandirse como organización ecuménica y como sistema de creencias.

La adhesión devota a la virgen María no estuvo desprovista de excesos que sobredimensionaron su lugar en el cuadro general de Santos patrones del catolicismo. Fue en el Concilio Vaticano II que tuvo que disponerse “corregir y precisar la orientación correcta que debía adoptar ese culto, frente a algunos excesos de desbordante afectividad que proclamaban «a Jesús por María», lo cual significaba impropiamente que para llegar a Cristo debía hacerse necesariamente por intermedio de su madre.

Pese a lo anterior, en los siglos XIX y XX el culto oficial a la virgen María se ha extendido como nunca, pues en ese periodo se ha proclamado el dogma de la Inmacu­lada Concepción en 1854; consagrado al mundo al Corazón inmaculado de María, por Pío XII, en 1942; definido el dogma de la Asunción en 1950 y celebrado el “Año Ma­riano” en 1954[2].

En la teología de la Iglesia católica, el culto a la Virgen se conoce como “hiperdulía” (literal­mente «servidumbre muy grande»), término con el que se expresa el honor especial que María tiene señalado, superior en grado al culto con que son honrados los santos.

Se conoce de siete fiestas en que se rinde culto a la Virgen María: la de la Purificación o de la Candelaria, el 2 de febrero, oportunidad conocida en otras latitudes como el “Día de la Purificación de Nuestra Señora” en el cual se hace procesión solemne con candelas benditas y se asiste a misas con ellas; la de la Anunciación, el 25 de marzo; la de la Visitación, el 2 de julio evoca­ la visita que realizó María a su prima Isabel y de la plegaria de acción de gracias por excelencia; el 8 de septiembre se celebra la Natividad de la Virgen, seguida de la de la Presentación de la Virgen, por sus padres, en el Templo de Jerusalén. In­maculada Concepción, proclamada en 1854 por el papa Pío IX, la que es objeto de una festividad es­pecial el 8 de diciembre. En la fiesta de la Asunción, el 15 de agosto, la Iglesia recuerda que «al término de su existencia terrestre, la Inmaculada Ma­dre de Dios fue llevada al cielo, en cuerpo y alma, en la gloria celestial».

La purificación de la virgen de La Candelaria

La Virgen de la Candelaria, es conocida también como Virgen de la Purificación. Asimismo, como Nuestra Señora de La Candelaria, Virgen María de la Candelaria, Virgen de la Lumbre. En casos, la virgen Candelaria asume el nombre del lugar en el que se le rinde culto tradicional preferente: Virgen de Copacabana, Virgen de Chapi, Virgen del Socavón (Oruro), Virgen de Cayma, Virgen de Cocharcas y otros.

Se entiende que “Purificar” es quitar lo mezclado o lo infecto; descartar la parte grosera, la parte leñosa. Lo que se purifica debe quedar limpio, como cuando se purifica el aire o el agua. En las personas sometidas a prácticas de purificación religiosa debe obtenerse como resultado el encuentro de un renovado ser: virgen, casto, inmaculado, puro, impoluto, límpido, incorrupto.

El medio por excelencia para purificar cosas y personas es el fuego; ello ateniéndonos a la verdad que encierra el antiguo y popular aforismo: “el fuego todo lo purifica”.

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Según la tradición católica, la virgen María obtuvo su purificación cuando concurrió al templo a los 40 días del nacimiento de su hijo Jesús para presentarlo al funcionario religioso competente. Con ese motivo María realizó la ceremonia de purificación, superando así la condición de mujer contaminada que los judíos atribuían a las parturientas. El ritual purificador se materializaba con una oferta y bendición de velas de cera[3].

Es siempre recurrente referirse al lejano origen del culto a esta virgen según las tradiciones católicas, el cual se remontaría a tiempos del emperador romano Constantino quien dispuso la construcción de la Basílica de la Resurrección en Jerusalén, templo desde el que se celebraba una procesión con velas encendidas en recordación a la madre de Jesús. La procesión llegó a ser parte de la “fiesta de las candelas” que al paso del tiempo llegó a conocerse como “Candelaria”, instituida por el papa Gelasio I en el año 496. En la literatura católica es reputada como una de las fiestas más antiguas del judeo cristianismo.

El culto en Puno

Sobre este asunto creemos necesario y suficiente transcribir el escrito síntesis del antropólogo Carlos Iván Degregori:

“La fiesta de la Virgen de la Candelaria es la celebración más importante del calendario fes­tivo de la región puneña y la principal actividad turística. La devoción por la Ma­mita Candicha es pan altiplánica, y casi to­dos los pueblos de la región, de una u otra manera, la honran. Aunque la fiesta ha evoluciona­do a lo largo de los años y es cada vez más mestiza, la presencia indí­gena es todavía notable. Ahora la celebración de la festividad aparece con un marcado carácter competitivo. El espíritu de emu­lación lleva a las agrupaciones de danzantes a hacer esfuerzos ex­traordinarios, no sólo en lo físi­co, sino también en lo material[4].

“Como en otras regiones en la zona altiplánica existe una estrecha vinculación entre los patrones religiosos de origen indígena y los de cristiano. Los indígenas asumieron profundamente el culto de las imágenes católicas, pero jamás abandonaron completamente sus propios patrones ni su cosmovisión religiosa, sus creencias en los apus o dioses tutelares. Así se explica que el ciclo ritual aimara contemporáneo se ordene de acuerdo con la sucesión de acontecimientos y festividades del culto cristiano”. <>


1. Nueva Enciclopedia Temática T 9

 [2] Enciclopedia Larousse ilustrada, T 10, P. 1051

 [3] .https://www.universidadmayoresceu.es/

 [4] Atlas Departamental del Peru. Ed. PEISA – La Republica, 2003, T3 p 99

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