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Carabaya y los Chunchos de Esquilaya

Carabaya y los Chunchos de Esquilaya

Carabaya es una antigua provincia ubicada en las alturas del Collasuyo, así fue conocida desde tiempos prehispánicos, aun desde tiempos de la cultura Puquina, o Tiawanaco, más aún tiempos de Pucara, su toponimia está claramente identificada con el idioma Puquina, ya que “baya” en puquina es pueblo, como lo es “marka” o “llajta” en aymara o quechua. Su riqueza minera principalmente y también la riqueza agrícola, ha sido muy conocida desde tiempos inmemoriales, tanto así que en tiempos de los incas la zona fue “conquistada” por Túpac Yupanqui y consolidada como parte del incanato por Wayna Cápac, quienes por supuesto, explotaban ya las riquezas mineras en especial el oro y la plata. Hay que entender que nos referimos a zona de lo que hoy geográficamente son conocidas como las provincias de Carabaya y Sandia en el departamento de Puno.

Algunos autores hacen referencia que allí hubiera existido una cultura de los “Kallawayas”, sin embargo esa conjetura más es una postura, derivada de la toponimia, y las personas que desde ancestros milenarios conocían las bondades de plantas medicinales que crecen en la zona de la selva, y la labor que durante siglos, especialmente en tiempos de la colonia, cumplían comerciantes conocedores de las diversas plantas curativas, y el valor que tenían apara una u otra enfermedad,  las recolectaban y las comercializaban por diversos pueblos del sur andino, a quienes  por venir de la “provincia de Carabaya” los conocían como los curanderos “kallawayas” y por supuesto distinguiéndose de otros pueblos de la alta cordillera y la selva alta que existían en Madre de Dios, Puno, Mojos, Larecaja o Beni.

Al llegar los conquistadores por estas tierras, que como sabemos vinieron en objeto de explotar y saquear sus riquezas, luego de haber sido ya tomada y saqueada la ciudad del Cusco, limpiada del oro y la plata con que estaba adornada, y que por supuesto provocó lo que se conoce como “las guerras civiles”, cada vez que llegaban más conquistadores y que no alcanzaron al reparto de dichas riquezas, empezaron a seguir buscando donde más habría el metal precioso y por supuesto, tuvieron la información de que Carabaya era una “provincia” donde se podría encontrar este preciado metal aurífero, tan caro y deseado por los invasores y es asi que se suceden las primeras expediciones hacia la zona de Carabaya,  de Pedro de Candia o Ñuflo de Chávez, aun después de Alvarez Maldonado, hasta de Diego de Zecenarro, los últimos ya con la consigna de explotar la riqueza minera de la zona, hecho que cumplieron con gran ahínco, ya que se decía y se dice, que la “riqueza de Carabaya” es inacabable. Hace algún tiempo en afán exploratorio recurrimos diversos asientos mineros antiguos de la zona, y encontramos una amplia variedad de minas abandonadas, restos de explotaciones antiguas, socavones cerrados, desmontes o relaves abandonados, ubicados por doquier, y en lugares inexpugnables que se llega solo a lomo de mula, así como restos de hornos y fraguas que, a decir de los propios pobladores, fueron trabajos realizados por los españoles.

Esta ubicación estratégica de la zona norte de la Meseta, le ha dado en el tiempo un importante papel a Carabaya en su relación a la zona inexplorada de la Selva ya en el valle del Inambari o más al norte, de ahí que aun en los albores de la Republica fue una de las primeras cinco provincias reconocidas como parte del Departamento de Puno. Y esa ubicación precisamente permitió en los siglos confrontar la lucha de los invasores peninsulares y sus herederos ya en tiempos de la Republica, que cada vez se adentraba más a la selva, sino en búsqueda del oro, también en búsqueda de la Quinina o el caucho, mientras que la población aborigen se internaba más en afán de huir de la actuación ruin de los “ccaras”. No está de más recordar para la historia que cuando fue develada la revolución de Tupac Amaru, y sacrificados sus grandes líderes, sus miembros o extremidades fueron llevados a esa zona, para escarmentar a quien pretenda revelarse, como sucedió a Macusani y Ayapata;  es más, conocida es las palabras que el líder indígena Pedro Vilcapaza le dirigiera a Diego Cristóbal Túpac Amaru, cuando este aceptó la capitulación del Virrey, “si por cobardía no quieres seguir la guerra, el mejor partido que debemos tomar es que con el ejército y con todos nuestros bienes y familias emigremos a los fértiles valles de San Gabán”, conocida tierra de los “chunchos”, apelativo que de común se daba a quienes vivían en esas zonas selváticas de difícil acceso.

La historia recuerda que invasión española vino con la espada y la cruz, una no estuvo separada de la otra, de ahí que los conquistadores mientras sometían con la fuerza de las armas a la población aborigen, también impusieron su religión mediante la evangelización, estableciendo las celebraciones de su calendario católico, vinculándolas con las tradiciones ancestrales de estos pueblos. Una de las fiestas más importantes del Santoral cristiano fue para entonces y es el “Corpus Cristi”, ocasión que era aprovechada para hacer partícipe de la fiesta a “los Chunchos”, en este caso que nos ocupa, a los “Chunchos de Esquilaya”, quienes participaban en representación de las diversas comunidades ubicadas en el valle del mismo nombre, que conducen a la selva virgen y que está ubicado en el actual distrito de Ayapata, quienes participaban de la fiesta bajo la conducción de un guía, hecho que incentivo las relaciones entre la población andina y selvática.

No hay que dejar de mencionar que ese valle como el valle de San Gabán, u otros valles, tiene una agricultura muy alta de frutas y plantas medicinales, que son requeridas ya en las ciudades y otras poblaciones andinas, lo que origina un intercambio fluido.

En cuanto a los “Chunchos de Esquilya”, esta danza practicada desde aquellos tiempos en esa zona, no hace mucho ha sido declarada como Patrimonio Cultural de la Nación”  (Resolución Viceministerial N° 113-2019-VMOCIC-MC del 8 de julio de 2019), ubicándose entre las más de 30 manifestaciones culturales declaradas como tales ubicados en el departamento de Puno. Es una danza que se ejecuta en el distrito de Ayapata y en sus diversas comunidades, como son Kanchi, Taype, Hanac Ayllu y Kana. Cada comunidad tiene un comisario o guía llamado “apu Wayri” que es el danzante con mayor experiencia, los demás danzarines son llamados wayris, el grupo de danzas en general está integrado por varones y damas que son las cantantes, mientras que otro grupo de músicos son los “cravelinos”, actualmente esta danza rescatada hace pocos años para su presentación en la Festividad de la Virgen de la Candelaria, ha permitido que los pobladores de dichas comunidades lleguen a Puno a participar de dicha festividad en un alto número de músicos y danzarines que sobrepasan los 300 a 400 personas.

Los danzarines usan una vestimenta colorida y que representan frutas y plumas de la zona, utilizan chullos y por encima un sobrero de lana llamado “takacho”, tocado en la parte superior de plumas blancas de pariguanas que están teñidas de achiote, una camisa de bayeta blanca y se cubren con llicllas o mantas donde cargan las frutas, visten un pantalón negro también de bayeta que es sujetado con un chumpi (faja de lana), en las pantorrilla tienen sujetos cascabeles que acompañan el ritmo de la danza, y calzan unos zapatos hechos de cuero de llama, con medias gruesa de lana conocidos como polkos. Adornan su vestimenta con cintas de colores, espejos y otras aplicaciones doradas en el pecho, hombros y espalda, en razón de su riqueza aurífera, portan una bolsa de color rojo para guardar los instrumentos musicales compuesto por tres cañas así como otra bolsa terciada hecha de ramas donde llevan las frutas de la región. Como parte de su indumentaria en la danza se cubren de un “unku” rojo y portan en una mano una vara de madera chonta de color negro llamado “karapi”, que es usado como arma de defensa en cuya punta siempre tiene una naranja, y en la mano izquierda portan un “fetiche” que es un muñeco que representa al chuncho, y es considerado un amuleto que lo acompañara en sus triunfos. Todos decoran sus mejilas con una pintura roja derivada del achiote.

En el caso de las mujeres visten con saco de bayeta llamado khutuna, con bordados de frutas y flores doradas, se cubren con una llijlla también de oveja, y sujetada a la cintura una ph’istuna blanca y por encima una pollera roja de bayeta, calzan ojotas de cuero, y en la cabeza portan una montera singular adornada con flores de Kantuta, así como entonan las canciones y versos, portan en la mano una tinya que es un instrumento de percusión de cuero con el que marcan el ritmo de la música.

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Los músicos visten del mismo modo que los danzarines, solo que no portan las varas, interpretan singulares melodías algunos portan tambores de cuero de venado, otros tocan el “kukucuy” instrumento de viento hechos de tokoro y que cuenta con dos orificios, así como las antaras de tres cañas y las tinyas que interpretan las mujeres, quienes también cantan melodías en quechua dedicadas a la madre tierra o las labores de la agricultura promisoria de sus valles, llamadas “sutiyanacuy” (en tu nombre).

La coreografía de la danza representa al quehacer de la selva, imitando movimientos de felinos, aves o primates, simulando contiendas entre ellos u otros danzarines, y como es un saludo al santoral católico, se inicia con la entrada o pasacalle durante el cual portan la lanza o “karapi” con ambas manos haciendo ademan de combate, asalto o defensa con saltos hacia los costados, luego ejecutan diversos pasos  que representan su quehacer, danzando en parejas enfrentándose entre ellos, simulan subir árboles, sujetando los “karapis” por abajo y arriba, luego chocan y cruzan las lanzas en señal de enfrentamiento; imitan el aleteo de aves, saltan sobre los karapis como  si fueran primates, realizan acciones imitando a los animales, dando vueltas en torno a su pareja, finalmente ubican sus instrumentos en el suelo, abren los brazos en señal de captar la energía de la naturaleza hasta llegar al pasacalle final o salida en que concluye la danza.

En los últimos años esta danza ha sido difundida con mayor ahínco, no solo en Ayapata o Macusani sino también en Puno, donde inicialmente alumnos de la Universidad de Puno la exhibieron hace algunos años atrás en calidad de rescate, para que a continuación en diversos centros educativos locales y regionales son presentados cotidianamente, sin esperar se realice durante una fiesta religiosa. Esta tarea de cultivar la danza ancestral revalora las tradiciones históricas de dicho pueblo, y su signo en defensa de las invasiones que sufrieron desde tiempos inmemoriales y luego europeos, el papel que jugaron los antepasados en defensa de sus territorios, aparte de rescatar el papel cumplido por esas comunidades en el comercio interétnico y interandino, muestra de la expresión cultural de ofrenda a la madre tierra, como homenaje a la deidad cristiana adaptado al santoral católico vía el sincretismo, sin descuidar la espiritualidad (o religión) andina con la que se expresa la relación indisoluble entre la naturaleza y el hombre, como modo de vida y desenvolvimiento cotidiano, por encima de practica impuesta por la cultura occidental, en un claro reflejo del cumplimiento de las leyes de la dialéctica.

Finalmente, la nominación como Patrimonio Cultural de la Nación, además de reconocer estos hechos como parte de la cultura nacional, obliga a sus portadores como a las entidades regionales regentes de la cultura, a informar cada cinco años sobre su vigencia y/o cambios, en afán de mantener la nominación alcanzada.

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