La caracterización de la inmensidad de los logros históricos de los Aymaras, que contribuyeron notablemente a grandeza del Tahuantinsuyo, fue diseñada magistralmente por el antropólogo John V. Murra. Desde nuestros puntos de vista, veamos algunas consideraciones al respecto.
DESDE LOS TIEMPOS ANTIGUOS
En el período post‑glacial, hace diez mil años, los ecosistemas que circundaban el lago Titicaca fueron capaces de proveer al sostenimiento de cazadores de guanacos y ciervos y de recolectores de plantas, que ya experimentaban con la horticultura. Más tarde, ellos se convirtieron en domesticadores de llamas y alpacas, de tubérculos (papa, olluco, oca, mashua), de chenopodiáceas (quinua, cañahua) y en cultivadores intensivos y extensivos del maíz en diversos nichos ecológicos, con el empleo de técnicas edafológicas, hidráulicas y conocimientos profundos de los fenómenos atmosféricos y de la astronomía.
Con la emergencia vigorosa de las sociedades Pucara y Tiwanaku, aquellos territorios agrestes, hacia el siglo II antes de nuestra era, se convirtieron en uno de los lugares más espectaculares de integración ecológica que jamás se haya realizado.
Hacia 1440 d. C., cuando los incas inician su vertiginosa carrera imperialista y se irrogan solemnemente el manto del destino de las etnias y naciones del Perú antiguo, los pueblos de la cuenca del Titicaca contaban ya con millones de laboriosos habitantes dedicados a la agricultura, a la ganadería y al comercio. Se habían quedado sin mayor espacio y, según creían los Incas, también sin tiempo.
EL APORTE ECOLÓGICO ECONÓMICO
Durante varios milenios, los cultivos y los rebaños de camélidos de la sociedad agropecuaria andina, se dan de preferencia en alturas que varían entre los 2.000 y poco más de 4.000 metros sobre el nivel de mar. Por debajo de los 2,000 metros, 1a floresta tropical sofoca los encrespados flancos de Los Andes orientales, donde los ríos profundos rugen a través de gargantas salpicadas de cantos rodados y es posible roturar la tierra para el cultivo de frutales y de la coca, cuando la verticalidad de los Andes cede e1 paso a las montañas más suaves. Por encina de los cuatro mil metros, predomina la puna desprovista de árboles o sólo salpicada de polilepsis («queñuales») y de una especie de pastizal llamado ichu, el cual mantiene a los densos rebaños de llamas y alpacas y alimenta a las vicuñas silvestres.
EL APORTE TECNOLÓGICO
La tradición agrícola que se desarrolló en el altiplano del Titicaca exigió un esfuerzo comunitario debido a que los valles anchos son escasos y las laderas de las montañas son de gran diversidad. Esa realidad orográfica demandó la creación y difusión de un sistema elaborado de los huaru huaru (camellones) y “cochas”, de controles hidráulicos para e1riego eficaz de las mismas y, de la construcción de las “pata-pata” (parcelas aterrazadas o andenes).
De otro lado, muchos otros aportes tecnológicos aymaras surgieron de la necesidad de hacer frente a la realidad natural. Así, trabajar en el medio altiplánico, de climas extremadamente fluctuantes, exigió como exige ahora, el uso de prendas de lana aptas para contrarrestar el frío; exigió también el consumo ocasional de productos frescos y los que llegaron a deshidratarse mediante tecnologías autóctonas (carnes y grasas, como cecina o “chalona”, papa y oca como “chuño”, “tunta” y “caya”), incluyendo además complementos dietéticos como peces lacustres, frutas y coca de la floresta. Solo de ese modo fue posible sostener una población estable y cada vez más numerosa. Digamos de paso que la coca, tomada con moderación, es un valioso ingrediente dietético para quienes participan en trabajos agrícolas en considerables altitudes, ya que estimula el vigor, la resistencia corporal y la capacidad para resistir bajas temperaturas.
Como ya señalamos, Pucara y Tiwanaku, hacia 200 años a. C. fueron culturas en las que se produjeron innovaciones, continuadas por los aymaras, que configuraron una nueva economía sostenida y sumamente funcional a la que Murra llamó «el control vertical de un máximo de pisos ecológicos» o «archipiélagos verticales», es decir, el aprovechamiento de los recursos naturales de la puna, valles alto-andinos, quebradas semiáridas, extensos valles costeros cálidos y cabeceras de selva, considerándolos como sistemas independientes, pero todos ellos con la finalidad central de mantener a grandes comunidades humanas, contrarrestando carencias o insuficiencias ocasionadas por inclemencias climáticas. Esas comunidades llamadas ayllus, controlaban extensos territorios muy distantes de su centro de origen, estableciendo colonias; por ejemplo, en los valles de costa como Tambo, Sama, Locumba, Caplina, Azapa, cultivaban el maíz; en la Quebrada de Humahuaca, en el noreste argentino, sembraban tubérculos; en las selvas de Larecaja (Bolivia), cosechaban frutas y coca.
Estos «archipiélagos verticales” que a menudo cubrían distancias de 80 a 150 Km desde las punas hasta el nivel del mar, permitieron que se reuniera masas de personas en cantidades suficientes como para emprender la enorme tarea de construir sistemas arquitectónicos con la finalidad de crear tierras de cultivo en pendientes empinadas e irrigarlas adecuadamente. Ello constituye una gran proeza tecnológica, una síntesis brillante, producto del genio creador de los aymaras y sus predecesores. Lo que había sido 1a barrera casi insuperable de la geografía andina se convirtió en un valor, que se transformó en la base de la civilización andina. Así, una agreste topografía aislada y de carencias se había visto transformada -por la voluntad humana- en un conjunto de tierras florecientes racionalmente explotadas, primero por la gente de Pucará y Tiwanaku y luego por diversos “reinos” o “señoríos” altiplánicos como los Lupaccas, Collas, Collaguas, Callahuayas, Umasuyos, Pacajes, Charangas, Charcas, Lipes, etc.
EL APORTE MILITAR
Hacia el siglo XV los incas incursionan militarmente en el lugar de sus remotos orígenes, el altiplano aymara, afirmando el aprovechamiento de sus logros culturales en la ecología y la economía y pasan a explotar la inmensa riqueza agropecuaria de los pueblos del Altiplano. Durante la dominación incaica, aquellos pueblos, “reinos” o “señoríos” aymaras prestaron sus contingentes humanos de muchos miles de luchadores a la empresa guerrera y expansionista de los Incas, incluyendo a los principales generales de las fuerzas conquistadoras de Huayna Capac, que fueron aymaras. Por lo demás, las riquezas que ellos crearon y acumularon, sirvieron para financiar las dilatadas guerras de conquista de las etnias Punás, Cañaris, Cayambes, Shiris, Pastos y otras asentadas en el actual territorio del Ecuador. Así pues, los aymaras no sólo han sido el factor primigenio que suscitó la aparición del Estado Inca, sino que ha contribuido decisivamente con señalados productos culturales que resultaron fundamentales y trascendentales para los logros de la civilización incaica en esta parte del continente americano.&