En los últimos años se ha publicado en el Perú diversa bibliografía que abarca la crónica, el testimonio y el estudio académico con el fin de contar, registrar y explicar la historia del rock peruano en general y la historia de la escena subterránea en particular[1]. Sin embargo, como denominador común, los estudios se han situado especialmente en Lima y en la emergencia de bandas, conciertos, publicaciones y propuestas musicales (y acaso políticas), que se dieron allí desde comienzos de la década del ochenta —en medio de un contexto marcado por la zozobra y la violencia social y política—, hasta nuestros días. La lectura de esta bibliografía ayuda a comprender la dinámica del escenario inicial rockero y subte en sus diversos géneros y propuestas, y su evolución. Un punto de partida que seguramente aún tiene muchas aristas por explorar.
Como extensión de lo que venía ocurriendo en la capital y también por influencia externa, años después en diversas ciudades del país empezaron a gestarse movimientos que agrupaban a fans de rock, rock pesado y metal. Metaleros, bangers, que accedían a material musical de distintas formas —a través de encargo, gracias a viajes, pedidos por correo postal o por el acceso a videos en canales televisivos como MTV, por ejemplo— y que luego, llevados por el entusiasmo, darían pie a la conformación de bandas, organización de conciertos y publicación de fanzines, con el fin de consolidar una escena que los distinguiera. Entonces el cabello largo, las casacas de cuero y la actitud contestataria empezarían a ser las características de estos nuevos actores en escena que tenían mucho que hacer y decir. En el sur, por ejemplo, a menudo se hablaba de la escena metal de Arequipa, Tacna, Cusco y Puno.
Esta última, la escena metalera en Puno, a la cual nos referiremos en especial en tanto es el contexto en el que se desarrolla este libro, tiene sus inicios en el tránsito de fines de los ochenta y comienzos de los noventa, espacio en el que las fronteras entre el rock, el rock pesado y el metal, aún no se distinguían tan claramente. Sin embargo, ahí estaban los fans, en medio de una escena puneña de tinte rockero y/o rokanrolero de términos amplios, de la cual, a su vez, es posible rastrear sus orígenes en la década del sesenta[2]; hasta el punto de inflexión que significó la organización del primer concierto metal en Puno, el 25 de junio de 1994, con la presencia en la ciudad lacustre de la banda arequipeña de death metal Fosa Común y su Blasfema Iniciación (1993), importante demo que sirvió de inspiración a muchos y que hoy es pieza pionera y fundamental de la escena arequipeña.
Este primer concierto sería el más sólido lugar de encuentro para todos aquellos metaleros puneños dispersos por la ciudad y que encontraron un espacio para conocerse, establecer lazos y forjar amistad y ganas de hacer cosas. Como consecuencia de ello, un año después, el 10 de junio de 1995, se organizó el “I Encuentro Underground” que contó con el debut de las bandas locales Controversia y Desacato (ambas de hardcore) y Morbius (death metal). Bandas que, en cierto modo fueron las semillas y representaron las primeras incursiones musicales de sus miembros — todos autodidactas—, para luego desaparecer y dar pie a otras bandas de más largo aliento que permitieron forjar y crear un espacio de interacción en el que primó en especial el heavy y el death metal[3], a la par de la continua organización de conciertos con bandas nacionales tanto de Lima como del sur y bandas extranjeras[4], especialmente de Bolivia, gracias a la cercanía de Puno con La Paz. Asimismo, se publicaron los primeros fanzines: Transtorno Mental y DAG – Death Apocaliptic Grinder, luego llamado Mallki Janan Pacha (en Puno) e Infected Voice (en Juliaca), entre otros que solo fueron proyecto.
No pasaría mucho para que en Juliaca, la segunda ciudad de la región, se llevara a cabo el 17 de febrero de 1996, el primer concierto metal denominado Brutal Aggresión [sic] con las banda arequipeña Sanguinaria como invitada y las locales Morbium Death, Controversia y Misterio (por Puno) y Prosatanus e Improperium (por Juliaca).
Una nota periodística en el diario Los Andes de Puno (15 de marzo 1997, p. 6) titulada “Jóvenes metaleros en Puno”, daría cuenta de esta irrupción en la pequeña sociedad puneña. “Alrededor de 100 personas”, dice la nota, “integran este contingente” de “chicos metaleros” y “peculiares”, de pelo largo, que dan a conocer su “verdadera realidad”, vale decir su forma de pensar. Datos numéricos más o menos, lo cierto es que algo había cambiado en el circuito musical local y la escena metal estaba presente, mostrándose y haciéndose de un lugar, no obstante su carácter subterráneo. Todo ese movimiento y ganas de echar andar la movida harían de Puno una de las escenas del sur peruano más fuertes y constantes, características que se mantuvieron al menos por diez años, hasta los primeros años del 2000. Luego, vendrían otros tiempos.
Apareció una nueva generación de fans con distintas miradas y perspectivas y mayores facilidades de acceso en materia musical como creativa, lo que dio paso —sin que la escena metal se diluya— a nuevos circuitos y movimientos, en tanto que dialogaban como se producían rupturas con lo establecido, puesto que, hasta entonces, la escena metal había cobijado sin excepción a bandas de distintos géneros: desde hardcore, punk, noise, heavy hasta death y black metal. Esta nueva generación promovió, por ejemplo, los primeros conciertos exclusivamente punks organizados en la región: el 16 de abril de 2005, el llamado “Primer Koncierto HxC/Punk. Mosh, pogo, slam en los Andes”, en Juliaca; y meses después, el 19 de noviembre de 2005, el “I Enkontrón hardcore punk subterráneo. Anarkía en el Altiplano”, en Puno. En ambos participaron bandas de Puno, Juliaca, Arequipa, Cusco y Lima[5]. Como se puede observar, la alusión al ámbito de pertenencia fue marcada, lo que le otorgó un matiz de enérgica identidad. Al mismo tiempo, la escena metal empezó a descentralizarse y se llevaron a cabo los primeros conciertos metal en algunas de las provincias puneñas como Melgar (en su capital Ayaviri) y en Azángaro, el 23 de abril de 2005 y el 29 de abril de 2006, respectivamente. En suma, un paso increíble que mostraba la expansión y el crecimiento de la escena.
Con este marco, la publicación de El camino de Rebeldía. Su paso por la escena metal y punk del altiplano peruano, de Joel Pacheco Curie (Cusco, 1978), se constituye como un acercamiento a la escena metal de Puno como también al comienzo y posterior desarrollo de la escena punk, a partir del testimonio del autor, a la sazón fundador y voz-guitarrista de la banda hardcore-punk Rebeldía, formada en Puno en 1998. Banda que se mantiene vigente hasta hoy y que por más de veinte años ha estado presente en la movida metalera y punk (sin distingos) del sur del Perú. Por ello que, el autor se sienta en la necesidad de decir —acaso aclarar— que en Rebeldía “eran en esencia, unos metaleros tocando punk a su manera y particular forma de pensar y expresarse” (p. 121). Es decir, se habían saltado de leer a pie juntillas “el manual del perfecto punk” (p. 121). Es de esa experiencia musical, ideológica y rebelde que se alimenta este libro bajo el prisma de la mirada personal del autor en tanto registro de su voz como actor —y observador— del proceso social y musical subte vivido en Puno desde mediados de la década del noventa.
El “Loko”, el personaje a través del cual Joel Pacheco Curie cuenta su historia —en realidad su alter ego, que prefiere disfrazar en tanto humildad y rubor—, hace su aparición en 1996 cuando llega a la ciudad de Puno de su natal Cusco para iniciar estudios de Medicina Veterinaria y Zootecnia en la Universidad Nacional del Altiplano. Como rockero y estudiante universitario que vive solo, pronto se relaciona con la escena metal puneña de entonces. Ese será el comienzo para un proyecto de vida que, sin pensarlo, será determinante en el devenir del “Loko” y en su forma de entender el mundo, lo que lo llevará a buscar una manera de manifestarse a través de la música y, en específico, a través del hardcore-punk. A ello responde, poco después, la fundación de la banda Rebeldía. Con ella y junto con los otros miembros de la banda emprende una ruta en la que se incluye la grabación del disco Mente enferma (2006). Y eso es, a grandes rasgos, lo que leeremos en este libro.
Por un lado, el aprendizaje inicial como parte de la escena subterránea, las primeras impresiones que guarda al asistir a los conciertos metal y cómo ello incuba en él, el deseo de descubrir la música ya no solo como oyente sino como músico, además de la imperiosa necesidad de decir algo en respuesta a ese sentimiento de rebeldía que lo invade. En un pasaje inicial, Joel nos dice: «El Loko no puede creer la cantidad de emociones que le trae esta situación: el corazón le explota de emoción, algo nuevo ha visto y sentido, la fuerza del metal!!! No solo es escuchar, es sentir y compartir con gente que lo sentía igual y un pensamiento le surge inmediatamente: “Este es mi lugar, este es mi sitio, esta es mi gente”» (p. 28). Es pues, la búsqueda de pertenencia a algo.
De esta manera, se narra aquella experiencia que lleva al “Loko” a asumir la música y la plasmación de Rebeldía —sin siquiera saber tocar la guitarra, pero premunido de un espíritu terco—, como un proyecto paralelo a sus intereses profesionales como estudiante y luego como profesor universitario. El descubrimiento de la música, la gestación de una forma de identificarse y de que lo identifiquen, los nuevos amigos, la camaradería combinada con inacabables juergas y resacas al amparo del frío puneño, los ensayos con la banda, los viajes a tocar a otras ciudades, la oportunidad de grabar un disco en Lima, la furia de cantar y decir algo, como los desencuentros que nunca faltan, son la esencia de estas páginas.
Pero este aprendizaje musical está íntimamente ligado a la experiencia vital-social en tanto espacio del que se nutre, por ello que el “Loko” cuente asimismo pasajes de su vida y de su participación en eventos como las llamadas tomas de universidad y su involucramiento en causas estudiantiles con el consabido enfrentamiento con la policía; o en la apuesta y fomento de campañas antitaurinas, por ejemplo. Pues, su espíritu de protesta y mirada crítica de la sociedad en que vive forja su personalidad en paralelo con la música.
Por otro lado, para quienes han(hemos) vivido esos años de mediados de los noventa, este libro será como un viaje al pasado, un viaje musical pleno de historia, guitarras distorsionadas, baterías de doble pedal, conciertos, pogo y alcohol, que permitirá recordar y reconstruir experiencias y pasajes vividos con la intensidad de la libertad, el poder del escenario y la fuerza de la música metal; mientras que para los nuevos bangers y fans de la actual escena metalera y punk, servirá para conocer en parte cómo se gestó la escena subterránea en Puno y cómo fueron esos primeros años, las bandas que existieron, los conciertos que se organizaron, las publicaciones que se hicieron, las dificultades, y la manera de mantener una escena al calor de un entusiasmo desprendido y honesto como un grito más en el panorama del metal nacional.
Desde luego, hay todavía mucho qué decir, escribir y mostrar a partir de la perspectiva que otorga el tiempo, pero El camino de Rebeldía. Su paso por la escena metal y punk del altiplano peruano es ya un aporte para conocer de primera mano la movida subterránea metal en Puno, poco después de sus iniciáticos años de explosión. &
Texto de presentación del libro El camino de Rebeldía. Su paso por la escena metal y punk del altiplano peruano, de Joel Pacheco Curie. Lima: Acierto Gráfico, 2021.
[1] Ver, por ejemplo, Pedro Cornejo, Alta tensión. Breve historia del rock en el Perú. Lima: Ediciones Contracultura, 2018 y Enciclopedia del rock peruano. Tomos I y II. Lima: Ediciones Contracultura, 2018 y 2019; José Ignacio López y Giuseppe Rissica, Espíritu del metal. La conformación de la escena metalera peruana (1981-1992). Lima: Sonidos Latentes Producciones, Sonidos Invisibles, 2018; Pedro Grijalva, Eutanasia, y nosotros ke!, hasta el global colapso 1985-2012. Lima: Muki Records, 2018; Fabiola Bazo, Desborde subterráneo 1983-1992. Lima: Museo de Arte Contemporáneo, 2017; y Ricardo Olavarría y su tesis “Entre la profesionalización y el underground. Inicios de la escena metalera en Lima (1983-1989)”. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2019.
[2] Ver Christian Reynoso, “Apuntes para la historia del rock en Puno”, en revista Brisas. Lima: Año II. Nro. 5, 2017, pp. 20-21; “Rock en el Altiplano: Apuntes 1962-2002”, en diario Los Andes. Arequipa: 30 de setiembre 2018, p. 8; y en portal La Mula (Lima: 3 de octubre 2018). [https://christianreynoso.lamula.pe/2018/10/03/rock-en-el-altiplano-apuntes-1962-2002/christianreynoso/]
[3] Cuatro años después, en 1999, se organizó el “V Encuentro Underground” con las bandas locales Profecía (heavy metal), Misterium, Anasarca, Reincremation, Prosatanus, Crioz (death metal) y Rebeldía (hardcore). Para entonces mucha agua había corrido bajo el río. Estas bandas tocaban especialmente covers e iban componiendo temas propios. Actualmente, Misterium y Rebeldía siguen vigentes y han grabado producciones.
[4] Son memorables durante ese tiempo inicial y los años posteriores los conciertos en los que llegaron las bandas Kranium, Estigma, Disinter, Anal Vomit (Lima), Satanicore (Arequipa), Slogra, Agonize (Tacna); o Subvertor, Effigy of Gods (Bolivia); Harasser, Vulgar (Chile); Neurosis INC (Colombia).
[5] Entre ellas Rebeldía, Al Final, Crash, (de Puno), Zinkostumbres (de Juliaca), Riel IV, Barriada Vulgar (de Arequipa), la banda femenina Menarkia y NsPé (de Cusco) y Dr. Poggy (de Lima). Hay que precisar que en los flyers también figuran Masturbanda, Los Testes (de Puno) y Marco Punk y Under Pacha (de Cusco), que no tocaron.