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“Muchos sacrificios me debe la libertad»: las guerras de la independencia en Puno 1809-1825
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“Muchos sacrificios me debe la libertad»: las guerras de la independencia en Puno 1809-1825

El artículo presenta una visión general del proceso independentista en la intendencia de Puno entre 1809 y 1825, abordando especialmente la declaración y jura de la independencia en Puno en 1824 y la participación de los grupos subalternos en el caso de los guerrilleros y civiles que actuaron en la defensa de Puno en 1825 ante el reingreso de tropas realistas al bajo Perú.

Soldados y montoneros. Mural de Teodoro Núñez Ureta

“Muchos sacrificios me debe la libertad” con estas palabras Esteban Catacora Carbajal, comandante de guerrillas del Ejercito Libertador, terminaba una carta dirigida en diciembre de 1824 al general argentino Rudecindo Alvarado quien tuvo a su cargo la jura de la independencia en Puno el 30 de ese mismo mes. Sus palabras pueden hacerse extensivas a los pueblos quechuas, aymaras y mestizos que, luchando en uno u otro bando o incluso sin tomar parte pagaron un alto costo social y económico y de vidas humanas en las sucesivas y complejas guerras civiles ocurridas entre 1809 y 1824, las mismas que junto a la gran rebelión de Túpac Amaru formaron parte del proceso histórico de la emancipación del Perú y Bolivia del reino de España. 

NO UNA SINO VARIAS GUERRAS DE LA INDEPENDENCIA EN EL ALTIPLANO

Aun cuando es usual referirse a la independencia sólo como el período inaugurado con la llegada de San Martín y su Ejercito Libertador al Perú en 1821, lo cierto es que el Virreinato del Perú atravesó desde 1809 una sucesión de guerras y rebeliones independentistas. En lo que respecta a Puno, la primera de esas guerras fue la relacionada a la represión de las Juntas de Chuquisaca y La Paz en la Audiencia de Charcas (1809), la segunda a la rebelión del Cusco (1814) liderada por los hermanos Angulo y el cacique Pumacahua, y la tercera referida a la incursión del Ejército Libertador que llegó a Puno en 1823. 

En el año 1809 se establecieron las juntas de gobierno de Chuquisaca y La Paz, formas de autogobierno que surgieron en América hispana replicando las que se formaron en España como formas de resistencia a la invasión francesa que obligó a abdicar al rey Fernando VII a favor de José Bonaparte. Puno, a pesar de ser ajena a la Intendencia de La Paz, se constituyó en el bastión de la represión de las mencionadas juntas las mismas que si bien no desconocían al rey, si propugnaban su propio gobierno regional, sin sometimiento al Virreinato de Rio de Plata o del Perú. 

Desde el Perú se movilizaron hacia el Alto Perú tropas realistas encabezadas por el general José Manuel de Goyeneche quien instaló entre 1809 y 1814 su cuartel general en Zepita (Puno), contando con el decidido apoyo de hombres y recursos por parte del Cacique Cusqueño Mateo Pumacahua y de caciques puneños como José Manuel Choquehuanca (1) de Azángaro (Pilco, 2021:32). Tropas de “naturales” de estos caciques quechuas, unos 1,120 hombres Choquehuanca y 3,500 de Pumacahua (Nuria, 649), sofocaron la sublevación de Sicasica en 1811 (Roca, 2011: 187).

Con ese apoyo las tropas del intendente de Puno Manuel Quimper Benites del Pino, provenientes de Arequipa, Lampa, Azángaro, Tacna, Cuzco, Pucara y Huancané, asolaron las poblaciones aymaras, mestizas y criollas levantadas en el Alto Perú (Roca, 2011: 187). Si bien el escenario de esta guerra fue el Alto Perú, también se produjeron rebeliones en Puno, en especial en Desaguadero y Tiquina. En Acora en 1809 hubo protestas ante la sustitución de los “indios principales” Carbajal y Catacora por una persona foránea como recaudador del tributo pagado por los “naturales” (Sala, 1989:637). 

Esta primera guerra terminó con el triunfo de los realistas en la batalla de Guaqui, cerca de Desaguadero, en junio de 1811, sobre el ejército de las Repúblicas Unidas de Rio de la Plata (Argentina) que incursionó en el Alto Perú luego de que Buenos Aires formó su propia Junta (1810). Luego de la derrota en la batalla de Guaqui, en la participaron las milicias de Puno y Azángaro, guerrillas de aymaras y mestizos siguieron actuando en el Alto Perú controlando espacios de territorio, “republiquetas”, desde donde enfrentaron permanente al ejército realista (Roca, 2011). 

Paradójicamente en este contexto de afirmación del dominio realista, se produjeron las primeras elecciones de autoridades a los ayuntamientos o gobiernos municipales, al amparo de la Constitución de Cádiz 1812 de España. En Puno la elección de autoridades estuvo a cargo de representantes criollos y mestizos, ganando cierto espacio los sectores liberales que aspiraban a mayores cambios en el régimen colonial. El Intendente Manuel Quimper, absolutista, tuvo que presidir en Puno la jura de la nueva constitución española y realizar en enero de 1813 la elección de las autoridades del ayuntamiento de la ciudad.   

Una nueva guerra se inició en 1814 en el Cusco cuando se discutió la elección de una diputación provincial autónoma, tal como lo mandaba la Constitución española de 1812. Surgió así una junta de gobierno que buscaba alcanzar las provincias de Cusco, Puno, Huamanga y La Paz, liderada por su presidente José Angulo, quien, para ganar la adhesión de las masas indígenas, cedió rápidamente la conducción al cacique Mateo Pumacahua, quien había sido uno de los principales represores de las juntas del Alto Perú.

Mateo García Pumacahua Chihuantito

Para impulsar la rebelión partieron del Cusco expediciones a Huamanga, Arequipa, Puno y el Alto Perú; esta última, al mando de José Pinelo e Idelfonso Muñecas, captó a muchos quechuas, aymaras, mestizos y aún criollos a su paso.  El ayuntamiento de Puno se plegó a la Junta del Cusco, obligando al intendente Manuel Quimper a huir en agosto de 1814 (Álvarez, 2010).

Aun cuando las fuerzas de Pumacahua lograron tomar Arequipa y La Paz, con gran cantidad de pérdida de vidas humanas especialmente en esta última ciudad, fueron derrotados finalmente en la batalla de Umachiri (Melgar, Puno) el 11 de marzo de 1815 frente al teniente general realista Juan Ramírez Orozco. Esta batalla, en la que los patriotas tenían cierta ventaja, pudo haber cambiado el rumbo de la historia al tratarse de una revolución sostenida por una alianza de criollos, mestizos y de quechuas y aymaras.

Un golpe de audacia decidió la batalla. Ramírez hizo atravesar el río a sus disciplinadas tropas y atacar a los patriotas.

“Para pasar el rio fue preciso arrojar los vestidos, y los soldados de Ramírez con el agua hasta el pecho, la cartuchera a la cabeza y el fusil al cuello, llenos de angustia por lo fangoso del fondo, atravesaron el rio…llegados a la otra ribera, así desnudos, se forman nuevamente en batalla y a paso redoblado, se arrojan sobre los cusqueños, no haciéndoles la primera descarga sino cuando ya estaban a muy pocos pasos de ellos (Eguiguren, 1914:95).

En la información sobre la batalla se da cuenta de la intervención, aunque de emergencia, de mujeres, quienes enfrentaron la caballería patriota cuando atacó la retaguardia realista “donde se encontraban los equipajes y las mujeres de las tropas de Ramírez”. Estas fueron armadas con lanzas y palos y apoyadas por algunos fusileros, lograron arrastraron un cañón y disparar, dispersando a la mencionada caballería (Eguiguren, 1914:96).  

Unos días después de la batalla Mateo Pumacahua, con 75 años, fue capturado por vecinos de Marangani y llevado a Sicuani (Cusco) donde fue ahorcado y descuartizado; su cabeza fue enviada al Cusco y sus miembros fueron expuestos en los caminos. Mariano Melgar, que tenía apenas 24 años, fue fusilado en el campo de batalla en Umachiri y los tres hermanos Angulo, Vicente, Mariano y José, colgados el 29 de marzo en la plaza del Cusco. 

Juan Ramírez Orozco desató una feroz represión contra los patriotas. En Puno encargó esa tarea al intendente y comandante militar de Puno, de triste recordación, Francisco Paula Gonzales. 

En el mismo proceso que se le siguió a Miguel Pascual San Román estuvieron criollos y mestizos como Miguel Castillo (soldado del rey), Santiago Prado (teniente de milicias), Manuel Bustios, Mariano Gallegos, Casimiro Salas, y otros líderes como Isidro Toro (Putina) y Andrés Carita (Sandia) (CDIP, T.III Vol. 8: 137).

La resistencia continuó hasta 1816 en Tinta, Chumbivilcas, Lampa, Huancané Azángaro, Apolobamba, Pacajes, Larecaja, Omasuyo (Nuria, 1989: 672) en parte a cargo del cura Muñecas que logró escapar de Umachiri. En Capachica (Puno), el líder José María Ávila y otros aymaras del lugar atacaron a un grupo de realistas encabezados por el comandante Ríos y sus 20 hombres matándolos; Huancané, Moho y Viquechico (Puno) fueron núcleos rebeldes donde actuaban líderes como Tomas Carreri, Ignacio Cansino, Alejo Condori, José Mariano Gallegos y Andrés Monroy (Sala, 1989).

En un enfrentamiento en Paucarcolla, el patriota Francisco Monroy se suicidó antes de caer preso; en Yaraca (Azángaro) unos tres mil indios son vencidos y es fusilado Ciprino Oblitas; en Asillo la resistencia se agrupó en una fortaleza siendo asaltados y muertos centenares; y en Carabaya fue vencido el ejército de Andrés Carita a un alto costo. En Chiapata y Collmani (Huancané) la represión continuó, siendo ahorcados once patriotas en Moho; y en Poto (Azángaro) apresado y decapitado el caudillo de Cojata (Huancané) Pedro Castilla (Romero, 2013:65; De Mendiburu, 1880). 

Muñecas resistió en Larecaja desde donde coordinaba con los líderes de los levantamientos en Puno y hostilizaba La Paz, apoyando el avance de la expedición auxiliadora al Alto Perú que venía desde Argentina. Esta fuerza expedicionaria fue derrota en Sipe Sipe (Cochabamba) en 1815; siendo perseguidas y alcanzadas las fuerzas de Muñecas en Choquellusca (Sorata) y capturado Muñecas, enviado a Lima, fue asesinado antes cerca a Desaguadero en julio de 1816 (Eguiguren, 1914). 

«Sondor Huasi» casa de los Choquehuanca en Azángaro. Grabado del libro de Ephrain Squier (1877)

Una tercera guerra sobrevino con la llegada del ejercito libertador de San Martín al Perú que desembarcó en Paracas el 8 de setiembre de 1820 y posicionando sus fuerzas en el norte del país e incursionó en la sierra central con apoyo de “montoneras” civiles. El Virrey La Serna abandonó Lima para resguardarse en la sierra sur del Perú, en el Cusco, donde se encontraban concentradas las fuerzas realistas tras la rebelión de los Angulo y Pumacahua. Se convirtió así esa región, y ya no la costa norte y central del país, en el escenario principal de la lucha por la independencia. La proclamación de la independencia en Lima el 28 de julio de 1821 fue así un acto formal, el Perú estaba todavía lejos de su independencia.

Para los años 1822 y 1823 la situación se encontraba estancada sin avizorarse un triunfo de los patriotas por la fuerte presencia realista en el sur y la inestabilidad política en Lima. En febrero de 1823 se produjo el primer golpe de Estado, siendo depuesto por los militares el presidente de la Junta de gobierno nombrada por el Congreso y nombrado presidente José de la Riva Agüero, quien duró apenas cinco meses en el cargo. 

En mayo de 1823, el Congreso peruano envió una segunda campaña al sur del Perú y el alto Perú, denominada de puertos intermedios, al mando del general Andrés de Santa Cruz y Calahumana, quien había sido antes jefe realista. Para enfrentar las fuerzas de Santa Cruz el propio Virrey La Serna llegó a la ciudad de Puno en agosto de 1823, con 4000 soldados y mil caballos, cuyo mantenimiento supuso una pesada carga a la población (Pilco, 2021:58). El 25 de agosto de 1823 se produjo la batalla de Zepita, estando el ejército realista comandado por el general Jerónimo Valdez. Esa batalla pudo ser determinante para los patriotas, pues lograron hacer huir al enemigo, pero no lo persiguieron para hacer más contundente su victoria. 

“En este encuentro no se obtuvo ninguna ventaja positiva. Quedaron por parte del enemigo (realista) más de cien muertos, 184 prisioneros, 240 fusiles, 52 caballos ensillados, 30 carabinas, 240 lanzas, 24 sables y cuatro cajas de guerra. Estos despojos prueban claro que los españoles recibieron un golpe recio, del cual ni supo Santa Cruz sacar ningún provecho. De parte de los patriotas los muertos fueron 28 y los heridos 84…Parece que la batalla atemorizó a los dos combatientes porque ambos se retiraron, Valdez a Pomata (para unirse con las fuerzas del Virrey La Serna) y Santa Cruz a Desaguadero” (Paz Soldán, 1877:177).

Logrando huir las fuerzas realistas pudieron recomponerse, uniendo fuerzas el Virrey La Serna y Pedro Antonio Olañeta, para ir tras las fuerzas de Santa Cruz que unió sus tropas con el general Gamarra, a cargo de otra parte de las fuerzas de la expedición, en Panduro (La Paz-Oruro). Las caballerías de ambos bandos se encontraron en Sicasica y Ayo Ayo (La Paz), pero Santa Cruz, no presentó batalla, iniciando una larga y penosa retirada hacia la costa. En esta serie de marchas y contramarchas los patriotas perdieron gran cantidad de hombres y equipos; al llegar al puerto de Ilo, Santa Cruz disponía solo de 800 infantes y 300 jinetes, tras haber partido de Lima con 6,000 hombres.

AYACUCHO Y LA INDEPENDENCIA EN PUNO

La guerra de la independencia de 1820 a 1825 tuvo un altísimo costo humano y económico para la población del Perú y Bolivia, miles murieron en las batallas, rebeliones y la feroz represión realista. Quienes luchaban en uno u otro bando, en especial en el caso de los realistas, eran reclutados a la fuerza; a la vez que cada ejercito imponía exorbitantes cupos a los pueblos para sustentar sus tropas 

En este agobiante contexto la guerra empezó a llegar a su fin con la presencia en el Perú del ejército de Bolivar con unos 6,000 hombres que terminaron de arribar en 1824. Primero fue la victoria de Junín (agosto de 1825) y luego la de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. Esta fue el más importante enfrentamiento de las guerras de la independencia (1809-1826), venciendo, a pesar de su inferioridad numérica, las tropas patriotas conformadas por 5,780 hombres (1,200 peruanos y el resto colombianos y argentinos) frente a los 9,310 soldados realistas formados en su gran mayoría por mestizos, quechuas y aymaras peruanos, pues sólo unos 500 eran europeos. “La campaña del Perú está terminada: su independencia y la paz de América se han firmado en este campo de batalla” suscribió con orgullo Antonio José Francisco de Sucre y Álcala en el parte de batalla. Tenía 29 años.

La capitulación firmada al día siguiente de la batalla señalaba que los realistas entregaban hasta Desaguadero en Puno todo lo que quedaba del gobierno y el ejército español, y que se entregaría la plaza del Callao. A cambio, se concedía a los españoles el pago de los pasajes para su retorno a España, así como la mitad de sus sueldos hasta que salieran del Perú; además, que se respetarían las deudas contraídas por el gobierno español en el Perú por la guerra independentista, concesión exagerada que apenas fue observada por el Congreso peruano. 

La noticia del triunfo patriota en los campos de la Quinua en Ayacucho habría llegado a Puno alrededor del 20 de diciembre (ya había llegado al Cusco el 16 de setiembre) de 1824. En ese momento era jefe militar de la plaza el mariscal de campo Rafael Maroto (3) quien fugó el 25 de diciembre (Alvarado, 1960; Gaceta del Gobierno N°36) dirigiéndose hacia Arequipa para luego partir a España. También escapó de Puno el intendente Tadeo Gárate (4), no sin antes sustraer, al igual que Maroto, dinero de la Caja de Puno.  

Garate fue intendente de Puno desde 1817 y era un acérrimo realista. Ya en en 1810 siendo subdelegado de Chucuito, Garate como comandante de Goyeneche actuó ferozmente en la represion de las juntas del Alto Perú; como intendete fue implacable en el cobro de cupos a los pueblos y la leva forzada. Algunos ejemplos de su obsecuencia son que en 1819 sentenció a  muerte  a  Bernardino Tapia  y  castigó a otros por difundir en Puno pasquines en contra de la corona (Glave, 2005: 94), el severo maltrato a los patriotas presos en las islas del Titicaca (Miller) y su intención de formar en 1823 guerrillas realistas para hostilizar a las tropas patriotas, aún cuando “dichos naturales se negaron a ejecutar el plan, haciendo temblar a cuantos Caciques tuvieron la osadía de proponérselo” (CDIP, Tomo VI, Vol. 9: 81).   

El recuento realizado por Rene Calcín (2018) sobre la proclamación y jura de la independencia en Puno, nos permite hacer un sucinto recuento de cómo se dieron las cosas. Con la salida de Maroto y Garate asumió el mando total el teniente coronel Pablo Echevarría, quien el 26 de diciembre había sentenciado a muerte a Francisco Anglada (5), militar realista que preparaba una insubordinación junto con los coroneles realistas Manuel García Lemoyne y Pedro Antonio Castro y el teniente coronel Fermín de la Vega.  El día 27 de diciembre cuando Anglada era conducido para ser fusilado se produce una irrupción de parte de los patriotas (Gaceta del Gobierno N° 36). Así lo cuenta Santos Vargas, el comandante guerrillero boliviano: 

“para el caso de la ejecución (de Anglada) lo manda al preso con un teniente de su mayor confianza y con una mitad de 50 hombres armados a la isla para que a la vista de los prisioneros lo fusilase. En esto nomás se entran a las balsas en derechura a la isla, a cuyo tiempo metían unos cuatro cañones a dicha isla muchísima indiada (por el otro extremo, pero divisable el camino), como más de 300 indios negreando. Entonces Anglada le dice al oficial comisionado que iba a ejecutar con él la orden de Maroto:  —¿Ve usted aquella gente que entran a la isla? Van a sacar a todos los prisioneros libres, y aquí tras del cerro tiene usted más de 3.000 indios patriotas que en breves momentos aparecerán e irán atacar a Puno, fuera de dos batallones de la Patria que han venido a asaltar a Maroto. Si usted cumple con la orden, ¿qué le quedará a usted y a su escolta? Más bien grite usted a la Patria con su mitad y saldrá usted mejor, que yo lo protegeré” (Vargas, 1982:380). 

Destaca en este texto la sublevación de sectores populares que acompañó a la defección de los oficiales españoles para liberar a los patriotas presos en la isla, done eran tratados con singular maltrato. Aun cuando Santos Vargas hace una descripción vívida y con muchos detalles que coinciden con otras versionas, él no estuvo en el lugar de los hechos, los que habría conocido por terceros en la fluida relación entre Puno y el Alto Perú.

Otro punto interesante es el papel de Rudecindo Alvarado en el paso de los oficiales españoles al servicio de los patriotas. Alvarado se encontraba en Puno desde febrero de 1824 detenido en un casa de la ciudad y relativamente aislado aunque bien tratado por parte de los realistas (Alvarado, 1960). Si bien diversos textos le atribuyen el liderazgo en la defección de los realistas y la liberación de los patriotas, el mismo Alvarado remitió al periódico El Sol del Cusco una aclaración señalando que “todo fue obra de algunos jefes del ejército español, que habían hecho por el sacrificios, pero que estaban resueltos a dar este paso” (Sol del Cusco, 19 de febrero 1825 N°8)

Rudecindo Alvarado Toledo Pimentel

Alvarado en sus memorias describe su participación:

“Mi conducta en Puno fue muy estudiada y retraída de toda sociedad en concepto de alejar toda sospecha sobre mí.  Pocos meses después se me acercó a mi casa uno de los jefes españoles y me anunció la noticia del triunfo de nuestras armas en Ayacucho, le conteste que prisionero y obligada mi palabra de honor, excusaba toda respuesta a lo que me había comunicado. Al día siguiente se me presentaron varios oficiales patriotas de los que estaban prisioneros en la isla juntamente con el jefe de la guarnición, sargento mayor don N. Fascio, a exigir de mi me pusiera a la cabeza del gobierno acéfalo, por haberse ausentado el gobernador intendente (Teodoro Garate) la noche anterior, invitación que rehusé, hasta pocas horas después en que la Municipalidad y el vecindario fueron a interesarme en la aceptación”  (Alvarado, 1960:1966).

Pablo Echevarría, en ese momento jefe militar de la plaza e intendente, se avino a jurar por la independencia  (Gaceta del Gobierno N° 36), y se produjo la liberación de los patriotas presos, la asunción al mando de Alvarado por ser el oficial de mayor graduación de las fuerzas patriotas, y la proclamación y jura de la independencia, así como el nombramiento de nuevas autoridades en Puno. 

 El 28 de diciembre en comunicación al general Agustín Gamarra, Alvarado le informa que:

“He nombrado de intendente de esta provincia al subdelegado de Chucuito Dr. Don Pedro Miguel Urbina, por hallarme convencido de sus aptitudes, honradez, y patrioterismo, y porque mis conatos solo se dirigirán a organizar en lo posible la fuerza armada, para resistir en caso preciso las invasiones que temía de esa ciudad y la de Arequipa; con esta indiada, todo sigue en el mejor orden, y solo he tenido que resguardar los puntos del Desaguadero y Lampa”. (Gaceta General del Perú, 20 febrero 1825).

Pedro Miguel Urbina (6) era entonces subdelegado de Chucuito (los subdelegados dependían del Intendente en este caso Garate) y encargado de la red de informantes realistas. Luego de la batalla de Zepita, se encargó en Chucuito de la recuperación con pago de las armas que el ejército realista había abandonado tras la batalla (Urbina, 1823).

Ese mismo día 27 Alvarado escribió el “bando general” que proclamaba la independencia en Puno y convocaba a la ceremonia de la jura de la misma. Ese mismo día pronunció un discurso ante los soldados liberados de la isla Esteves y los militares realistas; seguida de una proclamación ante la población de Puno (Calsín, 2018:91). El día 30 se realizó la jura de la independencia con invitación de los subdelegados de Chucuito, Acora e Ilave y “todos sus bailes”, y de Huancané y Lampa. El acto incluyó una solemne misa de gracias, repique de campanas y salva de artillería, ornamentación de balcones, calles y puertas y convocatoria todos los empleados del gobierno y tres días de feriado. 

LA DEFENSA DE LA INDEPENDENCIA EN PUNO Y LOS GUERRILLEROS PUNEÑOS

Aun cuando la jura de la independencia fue motivo de festejo en la ciudad de Puno, el peligro realista no había desaparecido. Desde el Alto Perú, el general Pedro Antonio Olañeta, quien había desconocido la autoridad del Virrey La Serna y pretendía ser el Virrey de esa parte, desconoció también la capitulación de Ayacucho y tras aparentar querer llegar a un acuerdo con Sucre para rendir sus armas a cambio de quedarse con el Alto Perú, se preparaba para atravesar el Desaguadero y tomar Puno, esperando unir sus fuerzas con las del nuevo Virrey Pio Tristán, nombrado por una junta realista tras la batalla de Ayacucho para tratar de revertir la situación. Olañeta contaba con unos 5,000 soldados.

Para enfrentar ese peligro, las fuerzas patriotas contaban en Puno con unos 480 hombres sumando la   división de infantería y la de caballería.  Se trata de oficiales y soldados que habían estado presos en la Isla Esteves, que serían unos 51 entre oficiales y tropa (Calsin, 2017:102),  y también españoles que apostaron por el bando patriota. Además, se había sumado el regimiento de caballería de Lampa, comandado por Anselmo Rivas, que había desertando de los realistas (Alvarado, 1960).  

Los patriotas de Puno se encontraban aisladas del Ejercito Libertador, que estaba ocupando las plazas de Arequipa y Cusco. El 15 de Enero Sucre le informa a Bolívar que ha enviado 1000 hombres a Puno, y que saldrían luego los Húsares con 550 y luego enviaría el batallón Córdova, con 3,500, y la división Lara con 3,000, para reunirlos entre Sicuani y Lampa, y que él partirá para Puno el 17 de enero.  

Ante esto, Alvarado dispuso retirarse a Lampa, y mantener una estrategia de vigilancia esperando que no se diera una confrontación con las fuerzas de Olañeta. El 28 de diciembre Alvarado le escribió a Gamarra informándole como a dispuesto sus fuerzas:

“para resistir en caso preciso las invasiones que temía de esa Ciudad (Puno) y la de Arequipa; con esta indiada, todo sigue en el mejor orden, y sólo he tenido que resguardar los puntos del Desaguadero y Lampa, para estar en observación de los movimientos de Olañeta y Tristán. Sigue la recluta con actividad para aumentar la fuerza y he dispuesto que se empleen en ella algunos de los oficiales prisioneros” (Gaceta Extraordinaria del Gobierno, 30 de Enero 1825). 

Puente de Desaguadero. Grabado del libro de Ephrain Squier (1877)

En este plan de vigilancia tuvieron un papel importante las guerrillas indígenas y mestizas, destacando Esteban Catacora Carbajal(7), natural de Acora, nombrado por Alvarado comandante de guerrillas del Ejercito Libertador, como consta en la carta del 28 de diciembre de 1825 en la cual Catacora acusa recibo de dicha designación.  Este para entonces tenía ya una larga trayectoria de adhesión a la causa de la independencia, como consta en otra carta enviada a Rudecindo Alvarado del 27 de enero de 1824 

“(He) empleado mi vida desde ahora diez y seis años en solo el beneficio de la emancipación del país, sirviendo siempre de jefe y sin admitir sueldo alguno en campaña viva. Sacrificando mi honra, familia, y haberes, aprovechando cuantas ocasiones se me han presentado, por ejemplo, mi compromiso con la Junta Tuitiva de la Paz (1809); mi servicio de Teniente Coronel y Comandante de Caballería en el Ejercito del General Pinelo, cuando el año catorce (1814) a pesar de Balde Hoyos (Intendente) se tomó la Paz; mi servicio en la expedición sobre Arequipa (1814) que la hizo el finado Don Mateo García Pumacagua, que llevándome de su ayudante de campo para dar la batalla al General (Francisco) Picoaga me colocó en la división de la izquierda (en la batalla de la Apacheta, Arequipa) con cuyo motivo fui el primero que canté la gloria y merecí el premio de Coronel; mi servicio cuando los señores generales don Andrés Santa Cruz y Don Agustín Gamarra el año veintitrés arribaron a la costa de Moquegua (1823), donde auxilie al ejército con víveres, he hice propios a menudo a mi costa, avisando los movimientos del ejercito enemigo; mi servicio cuando ya el ejército del sur ingresó al Desaguadero (1823) en donde el general en jefe Don Andrés Santa Cruz después de haberme continuado en el grado de Coronel me hizo la gracia de gobernador de este partido y en todo el tiempo que paro en aquel punto, como el día que le presentó la batalla a (Jerónimo) Valdez (batalla de Zepita, 25 de agosto de 1825) me tuvo a su lado, ocupándome en infinitas comisiones. Otros muchos (sacrificios) me debe la Libertad, cual total referencia omito por calificarla con documentos y porque mi taciturnidad no quite tiempo a vuestra señoría” (CDIP, 1971:263) . 

El general Alvarado destacó a Francisco Anglada a Desaguadero, quien le escribe el 1 de enero del 1825 que ha retirado del rio las balsas (se trata de un puente de balsas) y otras provisiones y le dice que no ha perseguido a los realistas que salieron de desaguadero poco antes de su llegada, para cumplir sus órdenes. “Hasta la fecha solo se han reunido diez paysanos con cuatro armas que he colocado en este punto a donde no pienso avanzar la tropa veterana que he situado en Zepita”. Asimismo, informa que ha despachado diez espías a Oruro y la Paz, y sobre el número de fuerzas realistas que hay en ambas plazas y que “Es general el entusiasmo de la población por la causa de la Libertad y que sólo desean se aliste una tropa para sacudirse el yugo”  (CDIP, 1971:246).

Por su parte Esteban Catacora, pedía el primero de enero a Narciso Martínez, comandante de artillería, que gestione el envío de 25 “lanzas” (lanceros) al Pueblo de Acora (CDIP, 1971:248). El 6 de enero le escribe a Alvarado solicitándole presione al gobernador del pueblo de Pomata para que le proporcione recursos y le informa que entre Pomata y Desaguadero tiene cubierto sesenta hombres voluntarios y también “doce en Tiquina al mando de don José Morales” (CDIP, 1971:251) .  

José María de la Peña Chuquihuanca, otro de los personaje civiles que participó en la guerrilla, le escribió el 2 de enero al General Alvarado que su grupo se había situado desde Cutimbo (Pichacani, Puno) hasta los “altos de (rio) Laripongo” con 25 hombres vecinos del pueblo (Laraqueri) y 7 “bocas de fuego” y ayuda de algunos “tributarios de vigilantes” para cumplir su comisión, y demandaba 30 paquetes de munición y unas 20 piedras de chispa más algunas armas (CDIP, 1971:249).

Desde el cuartel general en Acora, Rudecindo Alvarado ante noticias de que Olañeta podría marchar sobre Puno, le escribe el 13 de enero de 1825 al prefecto de Puno advirtiéndole que tendría que irse de Puno y que la población tendría también que escapar: “por si la superioridad de las fuerzas de Olañeta me obliga a retirarme hasta reunirme al ejército (libertador que venía con Sucre desde el Cusco), será bien que los patriotas procuren salvar con anticipación sus personas e intereses” (El sol del Cuzco N°6, 5 de febrero 1825). De esta manera todo el armamento, avituallamiento y otros materiales de las fuerzas patriotas empiezan a ser llevados a Lampa. 

El mismo día 13 de enero, desde un “Comando de Observación” situado en Pomata, Anglada comunica a Sucre: “Son las siete de la mañana; los enemigos han sido avistados a una hora distante de este pueblo en número de cien, con caballos según he podido calcular […] en la madrugada se me dio parte haber entrado anoche a Zepita con 600 infantes” (Citado por Roca, 2011:526). 

El 14 de enero Alvarado informa a Sucre que “salieron de mi orden (de Puno) las cargas de artillería, las de parque, la caja y toda la guarnición, dirigiéndose ésta a Vilque y aquellos a Pucara para que así fuere más pronto (El sol del Cuzco N°6, 5 de febrero 1825). 

Ante este avance el 15 de enero Alvarado se retira de la ciudad de Puno con el escuadrón de Husares del Perú, siguiendo la infantería” (El sol del Cuzco N°6, 5 de febrero 1825) quedando unas pocas fuerzas a cargo del oficial Videla, Coronel del ejército patriota que estuvo preso en la isla Esteves, quien en otra carta informa Sucre que:

“los enemigos, a marchas redobladas, se dirigen hasta esta ciudad (Puno) en número de 700 hombres y a pesar de la premura del tiempo, me hallo tomando las medidas más expeditivas para la extracción de caudales, víveres y demás artículos que hayan colectado para el ejército en estos almacenes en dirección a Lampa. El enemigo con toda su fuerza se ha replegado a este punto (Puno). El señor general Alvarado se halla a cuatro leguas de aquí con la caballería donde dormirá esta noche sobre el camino de Cabanilla (Lampa, Puno). Nuestra pequeña fuerza no nos ha permitido hacer un reconocimiento del enemigo tanto por el mal estado de los caballos como porque aquél ha traído su infantería por los cerros […] el comandante Anglada se ha tiroteado [con los invasores] desde Juli retirándose en el mayor orden, con mucha prudencia y honor (Citado en Roca, 2011:526).

El 15 de enero “Barbarucho” ocupa Puno, al respecto Alvarado dice “Todos los habitantes han abandona sus casas para hacerles la guerra a los Españoles, y nunca han manifestado con más entusiasmo el disgusto que les cause verse sujetos a un gobierno tan detestable” (El sol del Cuzco N°6, 5 de febrero 1825). Las fuerzas realistas permanecen en la ciudad de Puno hasta el 17 de enero, fecha en que se retiran hacia Desaguadero, desertado unos 100 hombres, muchos de los cuales se sumaron a las fuerza patriotas. 

Rudecindo Alvarado, en carta a Sucre del 22 de enero de 1825, hace un recuento de los hechos y al explicar estas deserciones proporciona información sobre la participación de los guerrilleros: “Tampoco les agrada (a los soldados realistas) verse sin cesar perseguidos de las partidas de paisanos que voluntariamente se ofrecen a ello y es de esperarse a la vista del ejercito Libertador le quedaran a Olañeta muy pocos defensores” (El sol del Cuzco N°6, 5 de febrero 1825). 

Dice en la misma comunicación “Los habitantes de Puno, Sr. General, se han manejado del modo más brillante, pues han hecho cuanto podía espararse del Pueblo más Patriota, y si la excecrable conducta de las tropas que se llaman leales solo excita indignación y el odio que merecen; la de los Puneños es digna de imitarse”.

De esta manera la expedición enviada por Olañeta sobre Puno concluyó en un fiasco; su retiro de Puno era inevitable ante las noticias del avance del grueso del ejército libertador al mando de Sucre, la rebelión de las tropas realistas de Cochabamba y el sometimiento, vergonzoso, del  Virrey Tristán ante Sucre. Para colmo de males, el General Arenales del Ejército de Rio de la Plata amenazaba el Alto Perú desde Salta (Roca, 2011). 

Esteban Catacora por su parte da noticias el 18 de enero a Alvarado desde Campo de Senca (Ilave) que tenía espías averiguando el número de las fuerzas españolas tras Desaguadero, contando con el apoyo de su mujer y familiares, y que se proponía ubicarse a la retaguardia de las tropas realistas.  

Carta y firma de Esteban Catacora Carbajal del 28 de diciembre de 1844 aceptando su nombramiento como comandante de guerrillas.

“Mi empeño es investigar si el enemigo tiene más fuerza atrás y en qué puntos, como previne á Vuestra Señoría en mi anterior. y según que acabo de recibir de mi mujer la fuerza del infame “Barbarucho” consta de trescientos cincuenta. y que la gente va sumamente cansada: En el Desaguadero mediante las averiguaciones que á echo mi familia solamente ay cien hombres. Yo quedo observando las ordenes de Vuestra Señoría y creo que no se pasaran tres días en que no me ponga á la espalda del Enemigo que Vuestra Señoría tiene al frente con toda la mi (sic) Indiada” (CDIP, 1971:254).

El 20 de enero desde Acora, Andrés Barragán, otro jefe guerrillero, le escribe a Alvarado pidiendo su autorización para que, terminada ya la incursión de Barbarucho, vuelvan sus hombres a sus casas pues eran “funcionarios de sus pueblos”. Además le informa que a esa fecha “duerme el enemigo en el punto del Desaguadero” según informes de sus vigías (CDIP, 1971: 256). 

La participación de la mujer de Esteban Catacora, da pie a tener presenta la que tuvieron en general las mujeres en las guerras de la independencia. De ellas podemos rescatar en el caso de Puno el nombre señalado en el diario de Santos Vargas, quien menciona que el 23 de diciembre, una vecina patriota de Puno, Melchorita Moscoso, llevó a Inquisivi (La Paz) la primera noticia de la victoria de Ayacucho (Roca, 2011: 527). También podemos mencionar la referencia del general del ejército patriota Francisco Burdett O’Connor, quien sobre hechos ocurridos en 1835 en su avance de Andahuaylas hacia Puno, dice lo siguiente. 

“En muy poco tiempo había casi otras tantas mujeres que hombres en todo el ejército, y éstas servían mucho á los soldados, porque los esperaban con la comida preparada en todas las pascanas. Una sola excepción hubo en el batallón 6 que hizo la penosa marcha conmigo, desde Andahuaylas hasta Puno; en una de las nevadas que nos cayó , todas las mujeres se desertaron, volviéndose á sus casas” (Burdett, 1915: 360). 

Sucre llega a Puno el 1 de febrero y se encuentra con Alvarado en Chua Chua para preparar su avance hacia el Alto Perú. Si bien habían razones militares para ese avance, pues había que terminar con las fuerzas de Olañeta, pesaban también razones económicas, pues el Perú estaba exhausto y sin recursos, mientras que las recaudaciones de La Paz se estimaban alcanzaban los 40,000 pesos mensuales (Roca, 2011: 527). El tema económico era agobiante para mantener los ejércitos; en Puno mismo, Sucre ordenó la prisión de todos los intendentes del departamento, “porque han tenido la gracia de no traer a las cajas los cincuenta mil y pico pesos que adeudan por el tercio de diciembre” (Roca.2011:527). El tercio de diciembre no era otra cosa que parte del pago del tributo indígena, es decir, la guerra la financiaban los propios indígenas 

Tras la caída en manos de los patriotas de La Paz y Potosí, donde antes había sido fuerte Olañeta, se produjo el 1 de abril la batalla de Tumusla (Potosí) en la cual éste es herido tras la cual muere. Fue el  último enfrentamiento de tropas regulares en las guerras de la independencia del Perú y el Alto Perú, tras lo cual éste, a instancias de Sucre y un proyecto elaborado durante su estadía en Puno, se declaró país independiente el 6 de agosto de 1825, acordando la Asamblea General de Diputados de las Provincias del Alto Perú la creación de la República de Bolívar. 

Sucre entrando al Cusco

A MODO DE CONCLUSIONES

El recuento de las guerras de la independencia en el altiplano de Puno y el Alto Perú permite identificar que la participación de los sectores populares fue fundamental en la guerra de 1809 y de 1814, participando en las masas y tropas rebeldes, pero también en las tropas realistas.  En ambas guerras la conducción estuvo a cargo de mestizos y criollos, que atrajeron a la población quechua y aymara y que en el caso de la rebelión de 1814 incorporó en la dirección al curaca Mateo Pumacahua. Como señala Scanilla (2021) en este caso si bien se produjo una convergencia de intereses ideológicos y prácticos la participación de los sectores quechuas y aymaras fue central en su desarrollo en zonas de Cusco y Puno (Paucartambo, Canas y Canchis, Carabaya y Azángaro) donde la rebelión emergió de ellos. 

Ver También

A diferencia de ambas guerras, en la suscitada por los ejércitos de San Martín y Bolívar, la participación popular a través de sublevaciones y guerrillas fue, en lo que toca al altiplano puneño, menos protagónica, teniendo el mayor protagonismo los ejércitos formales, conformados estos en su gran mayoría por mestizos, quechuas y aymaras. Para el año 1824 el ejército realista alcanzó a reunir unos 20,000 hombres, de los cuales sólo unos 1,200 eran europeos (Bulnes, 1897). 

En el caso del Alto Perú, la actuación de las guerrillas, que actuaban desde 1809,  tuvo un fuerte protagonismo en la derrota de lo que quedaba del ejercito realista, poniendo también de manifiesto un “fenómeno de construcción de soberanía a nivel local que se produjo en paralelo  a  la  guerra  y  que  se  consolidó  con  ella” (Scanilla, 2021). En el caso de Puno, la feroz represión terminó con la resistencia de las guerrillas que siguieron a la rebelión de Pumacahua en el altiplano y existe muy poca información sobre su actuación para poder hablar en su caso de los aspectos señalados para el caso del Alto Perú. 

Las guerras de la independencia tuvieron un alto costo para la población del altiplano de Puno y el Alto Perú, que se vio obligada a proveer de miles de hombres e ingentes recursos a los ejércitos de uno y otro lado, así como deprimió aún más la economía del altiplano.  El estudio de Pilco (2021) ha mostrado, en base a documentos del archivo regional de Puno, detalladamente información respecto a los tributos, aportes dinerarios, bienes y ganado que tuvieron que entregar los pueblos del altiplano al ejercito realista.

La independencia fue en verdad una guerra civil en la que los pueblos se vieron obligados a optar por el bando patriota o el realista, una guerra civil que tuvo un alto costo en vidas humanas y que obligó a la migración de los pueblos para huir de la leva, la violencia o el tributo. Aun cuando las estadísticas de la época son poco confiables, no deja de sorprender la disminución de la población de Puno, que para 1828 se registraba en 156,450 habitantes, unos 28,232 habitantes menos que en 1812 (Pilco, 2021). 

Si bien el paso de un bando a otro se produjo en ambos ejércitos, destaca el hecho de que destacados jefes patriotas provinieran del ejercito realista. Por ejemplo, Andrés de Santa Cruz, militar al servicio del rey entre 1809 y 1820, duro combatiente del rebelde Pumacahua y las fuerzas de Arenales en el centro del país, pasó a conducir las fuerzas independentistas en Zepita (1823) y llegó a ser presidente de la junta gobierno del Perú (1826-1827) y primer presidente de Bolivia 1825. Otro ejemplo es el de Agustín Gamarra, quien derrotó a Pumacahua en Umachiri y fue luego vencedor en Ayacucho, prefecto del Cuzco y jefe del Ejecito del Sur. También el de Juan Pío de Tristán y Moscoso “pacificador” del Alto Perú, jefe realista contra las fuerzas patriota de Rio de la Plata y del ejercito libertador, y último Virrey del Perú tras la batalla de Ayacucho, quien fue nombrado en la republica prefecto de Arequipa, ministro y encargado del gobierno peruano. 

Es indudable la importancia que tuvieron lo cambios producidos en España respecto a los procesos independentistas en América. La formación de las juntas en España propiciaron la formación de juntas de autogobierno regionales en el Alto y Bajo Perú en el marco de la situación creada con el derrocamiento del “todo poderoso” rey de España. Por otro lado, como señala Escamilla (2021), la elección de las autoridades en los ayuntamientos (municipios) por representantes de los pueblos, representó  un  momento  de  cambio   en  la  relación entre  las  comunidades  indígenas  y  la  corona  española, ganando espacios para los sectores criollos y mestizos y para algunas de las demandas de las poblaciones indígenas. 

Para terminar este primer artículo sobre las guerras de la independencia en Puno, nos permitimos citar las reflexivas frases de Luis Miguel Glave respecto a cambiar la visión tradicional sobre la independencia de cara a las nuevas independencias que nos plantea el presente:

“Las trampas del discurso nacional decimonónico (del siglo XIX) son todavía muy grandes. El siglo XXI alumbrará nuevas formas de representación y de gobernanza, los estados nacionales, creados al calor de marchas militares, héroes de cartón, fechas inmarcesibles; darán paso a formas no estatales, más inclusivas, más globales, más sustentables. Como en los inicios del siglo XIX, las personas, los entonces nuevos ciudadanos y los ahora ciudadanos globales, lucharon y luchan por hacer cumplir leyes sancionadas a favor de las mayorías, por representaciones directas y reales, por igualdades consagradas y no respetadas” (2016: 20). 

NOTAS

(1) Manuel José Choquehuanca (1773-?) . Hijo de Blas Choquehuanca Bejar y nieto de Diego Choquehuanca cacique histórico de Azángaro que junto a sus hijos combatió a las fuerza de Tupac Amaru y Vilcapasa en el altiplano, recibiendo la familia pensiones vitalicias, ascensos de grados militares y títulos nobiliarios. Luchó desde 1811 hasta el fin de las guerras de la independencia  en el Alto Perú, alcanzando el grado de coronel en el ejercito realista. Acusado en 1825 de dar vivas al rey en un proceso en que resulto absuelto, fue luego diputado por la provincia de Azángaro en el Congreso de 1833 (Ramos, 2012:137). Al mando de un regimiento peleo en 1813 en las batallas de Vilcapugio (Oruro, Bolivia) y de Ayohuma (Potosí) al lado del genera Pezuela que derrotó a las fuerzas de Belgrano (Rio de la Plata) (Romero, 1936).

(2)  Miguel Pascual San Román de los Cuentas (Puno, 1779-1816). Descendiente de un minero vizcaíno e hijo de un corregidor de Puno en la época de la rebelión de Tupac Amaru, fue militar realista maestro de campo del rey (Mendiburu). Fue capitán de los insurgentes en las batallas de Arequipa, Santa Rosa y Umachiri luego de la cual se entregó en Huancané buscando acogerse a un indulto (CDIP, 1971).

(3 ) Rafael Maroto Yserns (España 1783-Valparaíso 1853). General y noble español hizo una larga carrera militar desde los 18 años, participando la independencia española frente a los francés y contra la independencia en América del sur en Chile y Perú. En octubre de 1824 fue retirado de la presidencia de Charcas y enviado a Puno como comandante, de donde escapó el 26 de diciembre, tomando el 3 de enero de 1825 el barco “Ernestine” para dirigirse a España junto con el Virrey La serna y los generales Valdés, Villalobos, Ferraz y Landázuri. (Holguin, 2008).

(4) Tadeo Joaquín Gárate Cañizares (La Paz 1774 – Madrid, 1827?) Diputado por Puno en las Cortes de Generales y Extraordinarias de Cádiz (1813), y antes subdelegado de Chucuito y desde 1817 intendente de Puno. Fue Consejero de Indias, y luego de huir de Puno se ubicó en España donde falleció sin recursos. Se dice que fue abuelo de Clorinda Mattho de Turner y que su hija, bailó con Bolívar en la recepción que se le ofreció en el Cusco en 1825 (Ortiz, 2007).

(5) Francisco Anglada fue Teniente Coronel del ejercito realista. En 1814 participó en las batallas de Chacaltaya y Humachiri como parte de la avanzada del General Juan Ramirez (Calsín, 2018).

(6) Pedro Miguel de Urbina (1778-1846 ). Abogado, subdelegado de Chucuito en la época del intendente Tadeo Gárate; fue intendente de Puno designado Alvarado, nombre que  se  cambio luego por el de prefecto, ocupó el cargo entre el 27 de diciembre de 1824 y el 4 febrero de 1825 cuando asumio la prefectura Miller quien estuvo hasta marzo de 1825. Urbina fue diputado por Puno (Calsín, 2018).

(7) Esteban Catacora Carbajal. Pertenecía a las familia de los cacique Catacora de Acora cuya existencia puede rastrearse hasta 1567. En 1809 era recaudador de impuestos en ese pueblo, se dice que era pariente de Basilio Catacora Heredia miembro de las Juntas de La Paz en 1809, a quien habría ofrecido 20,000 indios para apoyarlo (Romero, 2013). En 1823, cuando Catacora era gobernador de Ilave, el propio Virrey La Serna, al revisar la información que enviaban los subdelegados de Chucuito, Omasuyo y Larecaja, lo encontraba como sospechoso de estar confabulado con Salaverry y Orbegozo (CDIP, Tomo 5 Vol: 135). En 1827 un Esteban Catacora aparece como celoso agente fiscal (visitador) en Azángaro (Hunefelt, 2018). &

BIBLIOGRAFIA

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Urbina: Gastos hechos en el recojo de armas y útiles de guerra conforme a órdenes superiores. Juli, Octubre 1 de 1823.  https://bibliotecadigital.bnp.gob.pe/portal-bnp-web/#/libro/MAN-458

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