Analizar el crecimiento y desarrollo de la identidad artística altiplánica a través de la práctica de la danza folclórica exige remontarse al inicio de la década de los años 60 del siglo XX cuando las danzas bucólicas y campestres nutridas de diferentes argumentos y contextos con gran riqueza expresiva, padecían vida mortecina con voz esporádica y actuación de confinamiento y reducida a latir en contadas efemérides, por estar representadas por campesinos originarios.
Pero, no obstante ese aislamiento, más político que artístico, la danza folclórica altiplánica eclosionó plena de energía y se extendió avivando sentimientos y particularidades étnicas y coreográficas, en el preciso momento, en la circunstancia especial e iluminadora cuando estalló un vibrante trueno que iluminó el firmamento mediante un refulgente relámpago, que no fue sino el carácter y el talento de quien propulsó ese reverdecimiento cultural que abarcó a todo Puno, parte del Perú y aún de Bolivia.
¿Cómo se logró esculpir tan delicado diseño socio cultural? Fue merced a la intervención decente, limpia y pionera de la “Embajada Folclórica de Puno” básicamente personificada por APAFIT, Agrupación Puno de Arte Folclórico y Teatro que intervino en el mundo andino altiplánico recopilando danzas folclóricas, captándolas y luego respetuosa y escrupulosamente resemantizándolas para que alcancen estatus universal al ser puestas en escena en varios teatros y escenarios abiertos del país. Y esa duradera intervención cultural modeló representaciones inolvidables y paradigmáticas que a su tiempo encomió José María Arguedas y luego rindieron tributo de admiración una legión de historiadores, artistas, literatos y escritores limeños y extranjeros y además marcó el despertar dancístico de las poblaciones de Puno.
Hoy al inicio de la tercera década del siglo XXI y transcurridos casi siete lustros de la pionera incursión de la Embajada Folclórica de Puno que irradió notable influencia en la cultura popular y en el mundo de la danza folclórica, el crecimiento social del danzar folclórico en Puno y en el país ha enmarcado en ese lapso dos nítidos tiempos históricos. El primero ceñido a la edad del despertar y de mimesis con la propuesta renovadora que se planteó y que abarcó casi 30 años que median entre 1961 hasta 1988 y, el segundo referido a la edad de apertura de todas las compuertas sociales y populares con desbocado surgimiento de actores y hasta de autoridades de Gobierno Locales que auspiciaron y aún auspician intervenciones deformes que alteraron y continúan alterando el estatus espiritual de la danza folclórica, en principio a través de concursos de danza en toda feria, en todo festival, en toda celebración patronal tolerante de intervenciones arbitrarias para “componer” coreografías, aparejadas de indiferencia ante esas intervenciones que son incomparable oportunidad para demostrar indiferencia y tolerancia ante la alteración de los argumentos narrativos de las danzas y trastocar sus mensajes o desdeñar el valor intrínseco de la vestimenta tradicional que a nadie interesa que continuamente se la suplante con paños indebidos y achicada en sus formatos originales, al extremo que, por ejemplo, ya no hay distinguida y extendida pollera en la vestimenta de la mujer en la Pandilla Puneña, sino mini pollera que no muestra arte y prestancia en la estampa femenina, sino que por su pequeñez hace alarde de muslillos flaquipiérnicos o de suculentas extremidades inferiores de subido tono y la cholita pandillera así guarnecida pierde elegancia.
Frente a esa veleidad en el vestir nunca se planteó una real y efectiva educación artístico-cultural que respete la usanza tradicional. Se impuso el capricho del frívolo lucimiento y se sumaron más distorsiones en las coordenadas conocidas del saber vestir bien para lucir adecuadamente y con prestancia y no para hacerlo como el maniquí en vitrina que solo le interesa lucir la oferta y agredir el valor de la vestimenta tradicional agobiada por el mal vestir.
Desde hace años en toda ocasión se desviste la historia cultural y se daña el arte de la confección achicando los lienzos para el lucimiento carnal. Y el exhibicionismo femenino ultra modernista no solo recae en la Pandilla Puneña sino en un sinnúmero de danzas. Los ejemplos crecen y las pasiones se alborotan. “Oye, dice el espectador, esa no es una danza puneña ni lo que lucen es vestimenta andina.” “No importa, replica el confidente, porque, qué bien lucen las niñas, se les ve todo muy bien y en movimiento”. Y el voyeur insaliva.
Camino hacia ayer
Es necesario efectuar un recuerdo histórico de cómo fue lo que fue, en este tiempo crucial y de despiste para que los protagonistas del tiempo presente, adquieran conocimiento y opten por distinguir cómo fue la danza folclórica transformada por los pastiches e impostaciones que hoy pululan en coliseos y calles. El tema que interesa es conocer las diferencias y si hay ocasión enfrentarlas y restituir el sentido originario a las danzas nativas y folclóricas o bien, claudicar ante la moda y admitir los cambios y consolidar las distorsiones que en muchos casos ya han adquirido carta de ciudadanía como conquista de la modernidad líquida que vivimos.
Lo que hoy se danza ya no es danza folclórica, porque sobre ella y aún sobre la música se han perpetrado y se perpetran grandes y atrevidas modificaciones escudadas bajo el narcótico inyectable que defiende cualquier estropicio recurriendo a la socorrida y socialmente deleznable excusa de que los cambios obedecen a la: “evolución social” que oferta carta libre o corcho libre en los festines auspiciadores de la informalidad cultural y artística que enfrenta la tradición que debería sobrevivir como componente del más prístino arte popular.
Enfatizamos que no hay tal “evolución social”. Lo que hay es comezón grupal por participar en concursos y ganarlos a como dé lugar. Es una euforia ganadora que sacude la tradición y la zarandea ante el beneplácito de la población que también vive comprometida con la adulteración. ¿Han visto que un conjunto de Pandilla Puneña enjaezó a los danzarines armando con sus mantones una especie de cucurucho de cuerpo entero que cubría a la pareja de danzantes, como un capirote a lo Ku Klux Klan que, obviamente, no recubría la cara de los supremacistas, pero que, en este caso, enterraba todo el cuerpo de los danzarines con el único propósito de obtener aplausos?
Al presenciar esa supuesta proeza de prestidigitación coreográfica uno siente que las bajezas que se perpetran contra la Pandilla Puneña no tienen cuando detenerse. Y esa ocurrencia delirante no es proeza sino bajeza contra el sentido común. Y nadie dijo nada, al contrario, el pueblo aplaudió…. Obviamente, la Pandilla Puneña no se desfigurará en un día, pero puede desfigurarse en el tiempo.
¿Alguien podrá reeducar a las juventudes actuales que suponen que bailan Pandilla Puneña y enseñarles a que realmente bailen Pandilla Puneña y se dejen de hacer piruetas y distorsiones corporales? En muchas provincias puneñas los bailantes de hoy aprendieron a bailar cojeando cuando en la Pandilla Puneña no se cojea y admitieron que bailar es efectuar figuras estereotipadas y circenses. Nadie podrá corregir la lordosis cultural de quiénes aprendieron a danzar chuecamente convirtiendo la danza tradicional en campo de experimentación que ridiculiza la tradición ¿Dónde queda la belleza del coqueteo femenino? ¿Dónde la consustanciación de los danzarines con la música, dónde la alegría y el canto, dónde el intransferible sentimiento de picardía carnavalesca? En ninguna parte, porque a los concursantes no les interesa. Cuando se es esclavo de estructuras de danzas y de figuras descalabradas que caricaturizan la danza y su coreografía, nunca se aprenderá a sentir la Pandilla Puneña y transmitir emoción y emocionarse ejecutando una danza que es la más bella expresión de la idiosincrasia del puneño lacustre.
No nos detengamos más y vayamos al ayer. Ingresando a la primera etapa de gran trascendencia histórica que construyó la Embajada Folclórica de Puno lo primero que hizo para constituirse como fue fortalecer la ideo política cultural de APAFIT que empezó por recopilar y captar con conocimiento y respeto los modos y estilos propios de los sentimientos andinos sin alterarlos, proyectándolos adecuadamente al escenario teatral y así clarificar y esculpir la idiosincrasia propia de los habitantes altiplánicos a través del arte popular. Y esa voluntad se materializó como real, eficaz e insuperable embajadora andina en la promoción y difusión de las expresiones de danza folclórica y música que conmocionaron a la meliflua y pacata sociedad limeña de los años 60. APAFIT poco a poco posicionó a Puno como eje medular de arte popular y de Cultura Viva en el Perú. Modeló intervenciones que relievaron danza y junto, y primordialmente con el Conjunto Orquestal Puno, que recreó talentosamente bastante música nativa, se fortalecieron componentes de cohesión social y adhesión organizativa capaz de definir intervenciones.
Pero vamos por partes. La histórica Embajada Folclórica de Puno estuvo integrada en sus dos primeros años de actividad por la Agrupación Puno de Arte Folclórico y Teatro, APAFIT y por el Centro Musical Teodoro Valcárcel enlazados desde el 31 de julio de 1961 hasta julio de 1963, cuya relación interinstitucional súbita e inopinadamente se hundió y ahogó en el fango de la típica ruptura provinciana que puja pasiones de campanario y se solaza mirándose un ombligo agitado por trémolos mal afinados y motorizados por celos embarazosos y recelos parturientes.
Todo ello, proverbialmente dicen que es definición histórica que singulariza a ciertos puneños que, enceguecidos, entorpecen y boicotean el enorme reto de construir futuro y caminar hacia lontananza. Primó lo doméstico disolvente antes que la mente solvente. Para enfrentar esa eventualidad imprevista y de circunstancialidad ajena al noble proceder, pero inherente, al parecer, a cierto ADN puneño, APAFIT para enfrentar esa protervia estableció una relación duradera con el Conjunto Orquestal Puno, que abarcó 11 años de evidente fortalecimiento de la armonía puneñista a través del arte, y lo hizo desde agosto de 1963 hasta diciembre de 1973; posteriormente las intervenciones de difusión de la danza folclórica a cargo de APAFIT en los escenarios nacionales y extranjeros tuvieron otros acompañantes musicales en actividad esporádica, pero no descontinuada que desde 1975 se proyecta hasta el tiempo presente con diferentes hitos de continuado aporte a la fragua de identidad altiplánica a través de la danza folclórica, de su coreografía y de la recuperación de la auténtica vestimenta vernacular.
La Embajada Folclórica de Puno revolucionó la percepción de la intelectualidad peruana y en especial reeducó y motivó a muchas generaciones a través del modelado de arte puro, de cantera incontaminada, con la intencionalidad clara y manifiesta de que los propios puneños de esos años conozcan y valoren realmente el ser y sentir de hombres y mujeres altiplánicos del campo a los que se desvalorizaba y en ese tiempo se despreciaba, sin conocer el intransferible temperamento andino. Y eso se logró con creces, tanto al interior de Puno, que modeló el nacimiento de una pasión por lo suyo y que paralelamente sacudió la sensibilidad despistada de personalidades limeñas, que usufructuaba poder y desdeñaba al arte popular del interior del país, ejerciendo esporádicos paternalismos con evidente desdén por el denominado Perú Profundo que también se despercudió de los prejuicios que ejercía contra mucha población desvalida. El Perú despertó y empezó a apreciar sus expresiones auténticas y folclóricas mediante procesos de revaloración de sus danzas y aún de invención de otras como el caso de Arequipa en los años 70.
Pues bien, en ese tiempo Lima desconocía la valía del arte folclórico altiplánico y muchos puneños radicados en la capital peruana sabían o intuían que algo había, pero no lo proyectaron con la fuerza, densidad e intensidad que en danza modeló APAFIT y en música compusieron el Centro Musical Teodoro Valcárcel y el Conjunto Orquestal Puno, que captó una pléyade significativa de música de danzas nativas del Altiplano-Titikaka.
La Embajada Folclórica de Puno, removió la sensibilidad limeña y nacional, que no conocía a plenitud el patrimonio emocional que atesoraba Puno, debido a que anteriores embajadas puneñas que efímeramente visitaron Lima entre los años 30 y 50 del siglo pasado, no trasmitieron sino pintorescas y sentidas expresiones vernáculas carentes de la fuerte expresividad terrígena y altiplánica, que modeló la Embajada Folclórica de Puno y en especial APAFIT en la dimensión coreografía. Fue tal la influencia, que su impronta y el sello impreso a las captaciones dancísticas, devinieron en modelo arquetípico de muchas otras asociaciones que amagaron a posteriori la composición de sus intervenciones. Fue tal el impacto de APAFIT que las danzas que presentó en escenarios nacionales al recopilarlas desde su lugar de origen, y captarlas y resemantizarlas, fueron aprendidas, reproducidas y difundidas por otros conjuntos captando las danzas luego que APAFIT las presentara en diferentes escenarios. APAFIT recopiló y captó en los lugares de origen. Los demás conjuntos que vieron las danzas que ejecutaba las filmaron y grabaron desde los escenarios donde APAFIT se presentó.
Así fue como el préstamo luego fue considerado, en el laberíntico proceso de construcción cultural y artística, como transfusión sanguínea gratuita con asimilación legítima. APAFIT se constituyó en la fragua de identidad que propició el despertar artístico ligado al folclore, con inusitadas y únicas dimensiones socio culturales en Puno, en el país y aún en el extranjero. Ese fue un acierto. Y la danza surgió como compensación y aun como paliativo a la marginación. Y se disipó la orfandad. ¡Las danzas indígenas auténticas subieron a los estrados del Perú y el extranjero! Lo grave llegó después.
Puntualicemos. Los primeros 30 años de existencia de APAFIT fueron paradigmáticos porque, en ese lapso, al recopilar, captar y resemantizar diferentes danzas del Altiplano-Titikaka, lo hizo con puntillosa honestidad y respeto por la idiosincrasia de las poblaciones nativas quechuas y aimaras. No aceptó “Iniciativas de circunstancialidad”, colocando a la danza puneña como prototipo y modelo a seguir para acometer intervenciones en danza folclórica en el Perú.
Relatar esa incursión que el tiempo ha relegado al olvido y que las nuevas generaciones ignoran, delinea la trama de un tema complejo que se abordó en el libro “PUNO EL NACIMIENTO DE UNA PASIÓN: APAFIT su influencia y trayectoria con testimonios de actores y protagonistas”, que debido a la pandemia del COVID 19 sufrió circulación restringida, circunscrita a amigos y socios de APAFIT, pero pasado el tiempo no es impertinente ni sobredimensionado sostener que ese nacimiento obedeció a la incursión pionera, que relatamos, que aparejó y unió elevada calidad coreográfica expresiva y reveladora de identidad con acompañamiento musical de gran inspiración y notables composiciones, en especial de música de danzas autóctonas nunca antes captadas, ejecutadas y orquestadas por estudiantina.
Identidad cambiante
¿Cuáles fueron los usos que deterioraron la prestancia y autenticidad de la danza folclórica? Paulatinamente a la recopilación, captación y resenmatización de danzas representativas se produjo en los siguientes años la reacción de personas que siendo autoridades culturales se distanciaron del quehacer artístico al evidenciar disfuerzos en el fomento, promoción y sustento de esas actividades. Dejaron que la danza folclórica se convirtiera en campo de Agramante. Se minimizó la importancia del rol de las instituciones artísticas de Puno, se ignoró la calidad artística de las expresiones andinas a la que en pocos años desfiguró su identidad tradicional cambiándolas por otras danzas o replanteando las propias y originarias.
El papel de las denominadas Federaciones Folclóricas, de toda índole, es acopiar y usufructuar frente a un tesoro recién descubierto y develado sin intentar preservar la integridad de la danza folclórica a efectos de paliar o disminuir la marea de distorsión que cada año se entroniza disolviendo los valores expresivos de las danzas nativas, básicamente por la masividad en su ejecución que aplastó su aislamiento y anonimato perdido en plataformas acondicionadas que proyectan espectáculos y además, por la vigencia de concursos de toda índole. A ello se suma la narrativa propia de la mutante modernidad que terminó por darle otro rostro a Puno como Capital del folclore peruano.
La inventiva popular afirmaba que en Puno había más de 700 danzas folclóricas. Otros deliraban con la existencia de 1000 danzas folclóricas. Nunca se evidenció esa aritmética artística y hoy la población de Puno no danza más allá de una veintena de danzas rurales y una monotonía de danzas llamadas de luces; lo que sí ha crecido es el número de grupos folclóricos y en proporción geométrica la cantidad de “coreógrafos” que “pie en mano y movimiento en pampa” cambian ad libitum las esencias dancísticas.
Y lo hacen cada año. En cada temporada y ad-portas de los concursos cualquier bailarín de comparsa se siente coreógrafo en potencia y mete pincel y pluma en textos que solo conoce por fraternidad grupal y no por experiencia vivencial.
El surgimiento de esa distopía artístico cultural ha planteado que la danza folclórica paulatinamente se vaya extinguiendo sustituida por una resignificación modernista adscrita a las coordenadas del espectáculo y reemplazada por mudanzas y argumentos que socavan sus expresiones y sentimientos originales. El influjo de expectativas promovidas por empresarios del espectáculo ha disuelto a los cultores que preservaban la autenticidad de las expresiones coreográficas. Lo que inicialmente y de manera singular y pionera planteó y mostró en los escenarios artísticos y culturales APAFIT cada vez es menos valorado. La innovación se ampara en la acción de varios normalizadores de reglamentos que prohíjan desventurados concursos de danzas que desfiguraron y engulleron a la danza folclórica masticándola a trompicones y digiriéndola mal.
El telón cayó y la danza folclórica expiró.
La creación épica y memorable que protagonizó APAFIT junto a sus inaugurales pioneros y visionarios que fue continuada por sus actuales ejecutores, hoy languidece y se va esfumando, no por inoperancia o impotencia de quienes la conducen, sino por la vigencia y presencia de la multitud de seguidores de pasarela que desfiguran la tradición al dimensionar las perturbaciones de la masividad y de lo multitudinario sujeto a la afirmación de negocios, al fortalecimiento de urgidas economías y a dimensionar la diversión colocando nuevos marcos de identidad al Altiplano-Titikaka en medio de una modernidad líquida donde todo fluye, todo cambia y la juventud canta, salta, transpira, se santigua y luego desaparece. La danza folclórica ha muerto y sus sustitutos crean nuevos cauces como ergs en el desierto o Uadis en la pradera que desaparecen al instante arrastrando los valores de tradición y abolengo espiritual en el torrente de las múltiples pasarelas desnudas a medias
APAFIT junto a la pionera Embajada Folclórica de PUNO develó la cortina para fortalecer a la danza folclórica y apuntalar el sentido de identidad de las poblaciones originarias y la población abrió la compuerta para generar el surgimiento de tendencias de desborde que eclipsaron a la propia danza folclórica que desearon conserva pero que la trocaron y convirtieron en otra expresión ¿Ese es el destino final de una visión que pretendió construir identidad fortaleciendo el saber tradicional? Al parecer todo está consumado y el rol de las instituciones artísticas está decimado y disminuido. ¡Ha muerto el Rey, viva el Rey! <>