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¿Es la cumbia la nueva música nacional?
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¿Es la cumbia la nueva música nacional?

Cuando hace algunos años desavisados periodistas le preguntaron a nuestro tenor Juan Diego Flores por qué había escogido un ritmo andino, un huayño, en lugar de una marinera para llevar como expresión peruana a un certamen internacional de músicas nacionales, el artista les respondió que el huayño representaba la más auténtica música peruana … La disyuntiva planteada a Juan Diego Flores fue que la marinera era “el baile nacional por excelencia”.

Y es que, efectivamente, el huayño es nuestra más viva representación musical cuyo pentagrama recorre en sus más diversas manifestaciones (huayño, muliza, sikuri, tunantada, huaylarsh, chuscada, morenada, diablada, huayno pandillero y un largo etcétera en las decenas de los pujllays) en toda la extensión de la vértebra andina, de norte a sur y de este a oeste, enriquecido por siglos como una de las expresiones culturales que mejor representa nuestra rica diversidad cargada de ritmos y melodías con un sabor y un sonido particulares, característico de cada género musical de la prodigiosa zona andina y altiplánica.

Y ¿qué vida se le ha dispensado a esta genuina expresión nacional?

La realidad dista mucho de aquel ensueño teórico ya que el huayño sigue arrinconado por las industrias culturales, increíblemente con manifiesto apoyo de las entidades del Estado, encasillado en los horarios de madrugada y sin espacio alguno en los horarios estelares. Peor aun cuando también la ignoran los musicólogos.

LA OTRA CARA

Esa dura realidad de hoy nos exhibe, en cambio, un panorama rico, profuso y popularmente afincado en un ritmo extraño a nuestras raíces: la cumbia, hoy por hoy enseñoreada en el dial de casi la totalidad de las emisoras radiales peruanas, en costa sierra y selva.

¿Es la cumbia nuestra nueva “música nacional”?

La música popular, sabemos, lleva implícita los avatares de la historia de los pueblos: sus dificultades sociales, intereses, valores, leyendas, etc. Es una evolución constante junto con el devenir social y con las exigencias culturales de cada época, apoyando de la más variada forma al desarrollo de los pueblos. 

Música criolla ¿RIP?

Pero esa tampoco es esa la historia del vals criollo y la polca otrora dueños del tundete y el recutecu, estancados ahora en el siglo pasado y hoy reducidos a casi la nada.

Un programa dominguero de la tv estatal nos pone al borde del llanto con su programación donde los compositores de moda son Felipe Pinglo, Alcides Carreño, Luis Abelardo Núñez, y las canciones en su gran mayoría son los éxitos que emergieron en los 50, 60 y 70 y de los rumbosos festivales Cristal de la Canción Criolla. Programa pobre en su entorno y paupérrimo en su producción. ¿Ya no hay música criolla, compositores y nuevos dúos, tríos, solistas?

Y tan luego de esa lacrimosa experiencia, la pantalla del canal de todos nos endilga a todo color y HD una bullanguera fiesta donde la “cumbia peruana” es la estrella de una colorida multitud que le hace el eufórico marco.

¿Qué lejos se está de figuras como Alicia Maguiña, Chabuca Granda, Jesús Vásquez, Arturo “Zambo” Cavero, Las Limeñitas, Roberto Tello, Cecilia Bracamonte, Lucha Reyes, entre otras muchas?

Y de grupos como Los Trovadores del Perú, Los Embajadores Criollos, Los Chamas, Los Kipus, Irma y Oswaldo, Los Troveros Criollos, Oscar Avilés, Los Morochucos, en fin, tampoco. ¡Kaput!

En Lima casi no hay vestigios de una nueva música criolla, peruana, salvo en contados “ghettos” criollos donde la evocación y el recuerdo apenas palpitan.

Para lamentación mayor, la canción más cantada en el país es “La la la” (de indudables referencias sexuales) con casi medio millón de reproducciones. Es nuestra realidad. ¿Triste?

PUNO NUESTRO

La música, como toda manifestación artística, es un producto cultural con múltiples finalidades, entre otras, la de suscitar una experiencia estética en el oyente, la de expresar sentimientos, emociones, circunstancias, pensamientos o ideas, y cada vez más, cumplir una importante función terapéutica. Así reza la teoría.

En lo que a nosotros puneños concierne, hay que poner en foco, sin embargo, los avatares del huayño puneño, de la música puneña en general. Se encumbró por la eclosión de mediados del siglo pasado de diabladas, pandillas, sikuris, pujllays (carnavales), especialmente a partir de la efusión que provocaron APAFIT y el CM Valcárcel, a través de su esplendoroso espectáculo de danzas y música que en 1961 remeció las entretelas limeñas y peruanas. Fue el despertar del Perú profundo.

De ahí en más, nuestros pueblos volvieron la mirada a sus espíritus y decidieron emular la tormenta cultural de los puneños. Más de 60 años después, la onda cultural despertada sigue su gesta. 

Así y tras también la eclosión de la fastuosa Fiesta de la Candelaria, se ha llegado a la candelariación nacional, término acuñado con felicidad y gran acierto por el prolífico escritor “Cholo” José Luis Ayala, y que atañe a la repentina fiebre de muchos pueblos nuestros por rebuscar en sus altares su propia “Candelaria” al tiempo de resucitar viejas músicas y danzas o cuando no, inventarlas.

La música como forma de expresión cultural siempre ha tenido un papel muy importante en la construcción social de la realidad, es un arte cuyo desarrollo va unido a las condiciones económicas, sociales e históricas de cada sociedad. ¿Es esta la realidad musical puneña?

La intrusa cultura

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La intrusión de las músicas y las danzas, incluidas vestimentas cada vez más sofisticadas, de allende el Titicaca están prostituyendo nuestras expresiones propias, terrígenas, claro, con el beneplácito en metálico de poderosas organizaciones (federaciones, dixit) a las que poco importa aquella enajenación cultural que se replica en la capital peruana, con sus tildes, comas y puntos.

¿Y qué de nuestros músicos y compositores?

“Tierra de artistas y de poetas”, proclama una vieja y bella canción, marinera puneña.

De las jornadas inolvidables del CM Valcárcel, Conjunto Orquestal Puno, Los Íntimos, Lira Puno y los Centros Musicales de las 13 provincias, de los años 50, 60 y, concedamos, 70, casi nada queda, salvo los viejos y añorantes “long plays” de vinilo que nos heredaron y hoy nos hacen suspirar.

¿Qué de las nuevas composiciones puneñas?, le pregunté allá por los años 60 al gran violinista Virgilio Palacios, en Puno. “Nada -me respondió-, es que los viejos ya se están yendo, y solo están quedando los ‘palla palla”. Se refería así a los compositores que estaban tomando unos pocos de aquí y de allá para de las viejas canciones “armar las nuevas”.

Pero la verdad monda y lironda es que nueva música puneña ¿la hay? Hace algunos meses escuchamos a un cuarteto de saxofones y a una orquesta de cámara de la ESFA lacustre en interpretaciones más que buenas. ¿Se difunden? Sabe Dios.

La apabullante realidad nos encara con una vergüenza singular: la “marinera” con la que se baila hoy (en Puno y en Lima) nuestra famosa “Marinera y Pandilla” no es otra que un tondero norteño (Morropón de San Miguel) cuyo pentagrama fue “adaptado” a la cadencia puneña. Se trata de “Oh Marinera”, que se atribuye erróneamente a don Eladio Quiroga cuando corresponde más bien a una “versión libre” que melografió don Néstor Molina, publicada en la Antología de la Música Puneña (Corpuno, Apéndice del Vol VI). Algunas vaporosas golondrinas actuales no hacen el verano que quisiéramos para nuestra música, precisamente.

Remate¿ES LA CUMBIA LA NUEVA MÚSICA NACIONAL?

En suma, ¿qué hay de la música popular peruana en general? Es que ¿es la cumbia nuestra nueva música nacional?

Hay indudablemente mucha tela por cortar. Cortemos, pues.

ADOLFO HUIRSE CAYRO.

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