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Oscar Catacora, cine andino como desafío y propuesta
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Oscar Catacora, cine andino como desafío y propuesta

El excepcional cineasta puneño Oscar Quispe Catacora, fallecido el 26 de noviembre de 2021 a la temprana edad de 34 años, será recordado por muchos motivos, principalmente por haber realizado la primera película peruana en lengua aimara, Wiñay Pacha. Cinta que relata la historia de exclusión de una pareja indígena de ancianos, Willka y Phaxsi, que viven en lo más alto y abandonada de nuestra serranía y que añoran el retorno de su hijo. La película fue candidata peruana a los premios Oscar y Goya; y obtuvo el premio a mejor ópera prima y fotografía en el Festival de Cine de Guadalajara.

Oscar Catacora (Ácora, 18/08/1987 – Conduriri 26/11/2021)

La vida personal como savia de la obra

Wiñay Pacha no es un meteorito caído del cielo que revoluciona el cine nacional. Es la consecuencia de un conjunto de valores, actitudes, prácticas y emociones pocas veces vista en un artista peruano en general, y un cineasta en particular. Catacora resume el perfil de avanzada de un tipo de profesional y ciudadano. Se trata de la experiencia vital de un artista que vive su origen andino e indígena, como un compromiso de identidad y propuesta. Catacora consideraba que la identidad etnocultural es un componente nuclear de la vida pública de los peruanos indígenas.

En un contexto donde la juventud se somete de modo acrítico ante la influencia de la cultura occidental y los productos mediáticos de la modernidad, Oscar Catacora nos enseña, a través de su obra y su vida personal, cómo ser universal siendo andino. Nos deja una pista, un desafío para las nuevas generaciones.

La vida privada de Catacora estaba alimentada de profundos valores de solidaridad, compromiso, respeto, fidelidad, laboriosidad y deseos de realización a través del arte. Su inquieta y tierna mirada transmitía un mensaje de afecto y diálogo. Su natural prudencia y mesura son un ejemplo de postura ética y estilo de convivencia. Catacora sabía que el cine era el vehículo artístico y cultural por medio de cual se podía tocar los corazones de los peruanos y sacarnos del marasmo de la discriminación racial y el abandono de los más débiles.

Wiñay Pacha: obra poliédrica

La historia que narra Wiñay Pacha es la representación lírica de los avatares de la vida de una pareja de ancianos esposos. Pero no son cualquier tipo de ancianos, se trata de dos viejos pobres que viven desconectados del mundo: en estado de abandono y soledad en medio de una geografía exigente y recordando con nostalgia a su hijo que emigró a la ciudad. Solo esta dimensión del relato ofrece muchas pistas como subtexto.

Con la pareja de ancianos está presente la idea de los ancestros de una nación, padres que viven marginados por la sociedad y desatendidos por la política pública del Estado. Pero además apreciamos un factor complejo y denso de la historia del Perú contemporáneo: las implicancias socioculturales de la migración interna de la población andina. Antuco, el hijo que abandonó el campo, también abandonó su mundo cultural y su lengua. Es la experiencia del desarraigo y la negación del pasado que ha marcado y marca a miles de peruanos. Catacora ha logrado condensar en la vivencia de los viejos y el desdén del hijo uno de los capítulos más amargos de la historia del Perú y de la aculturación de las nuevas generaciones.

Una segunda dimensión que llama poderosamente la atención es que en Wiñay Pacha hay un macroactor-otro que evidencia la concepción del mundo del director. Ese macroactor-otro es la naturaleza, la Pachamama, el Ser en la cosmología andina. Presidido por el monte Allincapac, majestuoso apu que nos acompaña en toda la película; pero también están las vertientes de agua, los animales, las apachetas, el clima, el frío, las piedras, los sembríos.

Nuestro Ande en todo su esplendor y misterio se luce en Wiñay Pacha. Catacora sabía que no podía ensamblar una historia andina sin la naturaleza como potente enunciador virtualizado a través de diversas figuras animadas e inanimadas. En el subtexto yace la cosmovisión andina como nunca había sido representada. No son formas o elementos de la retórica cinematográfica, la intención es presentarnos y revalorar el animismo espiritual y cultural del poblador andino. Relevarlo, darle el lugar que merece.

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Se trata de un desafío mayúsculo que empata con una tercera dimensión: el uso del idioma aimara. No es el uso folklorizante y folklorizado del idioma como pieza de atracción u ornamento de mercadeo. El uso íntegro del aimara en toda la cinta es un posicionamiento cultural que rebasa largamente el tono identitario o reivindicacionista. Es la afirmación desafiante de nuestra maravillosa lengua originaria. Es la apuesta por un mundo, es el orgullo por un lugar de enunciación. Es reorientar la moda interculturalista, hoy muy en boga, pues el empleo del aimara es para interpelar al espectador, para interpelar al Perú oficial. Es establecer un diálogo desde la posición del subalterno, desde sus códigos y su episteme. Como vemos se trata de un desafío que encierra una propuesta.

Una cuarta dimensión, más alineada a la arquitectura fílmica, nos lleva al diálogo que Catacora establece con la apasionante cinematografía oriental. En más de una entrevista dejó meridianamente establecida su deuda con los autores orientales Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu. Detrás de esta influencia se encuentra el ritmo parsimonioso y reflexivo que empata con la propuesta de Catacora. Los planos y encuadres fijos son una elección que establece un nexo entre la gramática de la imagen y la mirada contemplativa. Tradición andina y técnica cinematográfica logran una comunión que nuevamente deja sobre la mesa un desafío para los realizadores peruanos del futuro.

Oscar Catacora nos dejó mientras rodaba en las alturas altiplánicas la cinta Yanawara, una historia trágica sobre la vida de abandono y abuso de las niñas andinas. También tenía pendiente un ambicioso proyecto, Los Indomables, que buscaba recrear la gesta rebelde de 1780 encabezada por el caudillo aimara Julián Apaza Nina, más conocido como Túpac Katari. Ambas cintas también eran ganadoras de sendos concursos de proyectos cinematográficos que el Ministerio de Cultura le había otorgado.

Ciertamente, el legado de Oscar Catacora es amplio y la valla que dejó es bastante alta. Estoy convencido, sin embargo, que la nueva generación de realizadores puneños tiene la capacidad y el talento para continuar la senda iniciada por el magnífico cineasta aimara.

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