Este número de “Altiplania” está dedicado al majestuoso lago Titicaca. Sin su presencia, el altiplano sería un paraje árido, prácticamente deshabitado, donde difícilmente habrían florecido las grandes culturas prehispánicas que lograron adaptarse a los desafíos del clima y a las fluctuaciones del nivel de sus aguas.
Este lago, gracias al microclima benévolo que se extiende hasta un kilómetro y medio desde sus orillas, permitió la domesticación de plantas como la papa y la quinua y la transformación de especies salvajes en valiosos animales de pastoreo: vicuñas en alpacas, y guanacos en llamas. Tanto como fuente de alimento, el lago fue también un medio vital de intercambio cultural y económico, conectando a los pueblos a través de balsas de totora de diversos tamaños que navegaban sus aguas. En el siglo XV, los incas, cuyos antecesores habían surgido en el entorno del Titicaca, regresaron al altiplano y levantaron un emporio agrícola y pecuario, según lo que señalaron los cronistas españoles.
La colonia transformó drásticamente el altiplano. La economía agrícola y ganadera impulsada por los incas, basada en un equilibrio entre los seres humanos y la “Pachamama” bajo los principios del “buen vivir,” fue desplazada por la extracción de la plata y el tributo indígena, que trajo consigo la injusta explotación de la población y la decadencia del sistema productivo basado en la seguridad alimentaria. La extracción de minerales en el altiplano, con su secuela de contaminación, alcanzó su nivel más alto en la etapa Republicana de Bolivia y Perú con la minería del estaño y el oro, situación agravada por la minería informal. Se estableció así un modelo de “progreso” económico inorgánico e insostenible para la naturaleza, el lago y los pueblos que habitan el altiplano.
Hoy, la cuenca del lago, que alberga a más de dos millones de personas en Perú y Bolivia, enfrenta graves problemas. La contaminación minera y urbana ha alcanzado niveles críticos, con sustancias como arsénico, cadmio, cianuro, cromo, mercurio, níquel y plomo en sus aguas. Las bahías de Cohana en Bolivia y Puno en Perú, están seriamente contaminadas por los desagües de las ciudades.
Por si fuera poco, el cambio climático impacta ahora la capacidad de recuperación del lago, alargando las temporadas sequías -que afectan la seguridad alimentaria- y reduciendo el nivel del agua. Al punto que, en el 2023, se registró una baja de más de medio metro. Cambio climático que, como lo señala la ciencia, ha sido provocado por el consumismo y crecimiento insostenible de los países del norte, alimentados por las materias primas extraídas de nuestros países, por lo cual necesitamos globalmente una alternativa de desarrollo que coloque al ser humano como parte de la naturaleza y no como su enemigo.
Por ello, dedicamos este número de “Altiplania” a crear mayor conciencia sobre la historia y el legado cultural del lago Titicaca, y también sobre los serios riesgos que enfrenta su existencia y con ello el futuro de su población.
Nuestra palabra – Altiplania N°11.
7 noviembre, 2024
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