Los campesinos indígenas a los que muchos puneños conocemos e identificamos como “Ichuch’iris”, son originarios de Ichu, distrito de la provincia de Puno y cercano a la ciudad capital de ésta. Sus lejanos antecesores llegaron a esa comarca durante el incario como mitmas o mitmacunas (“mitimaes,” en el castellano colonial) desde el actual Ecuador, específicamente del antiguo señorío de los Shiris. Los Ichuch’iris son quienes inventaron y difundieron extensivamente el uso de las conocidas” ojotas de jebe” muy populares en los campos de varios países de los Andes centrales.
Los Caranquis Shiris, ch’iris y los “ichuch’iris”
En la historia del Ecuador antiguo se registra la llegada a las costas de ese país de la etnia de los caras, caraques o caranquis, relacionados con los chibchas de Colombia. Se dice que fue “un pueblo que hacia el siglo VI o VII de nuestra era llegó por mar y en plan de conquista, a la región que actualmente es Ecuador” asentándose en la región de Manabí y emigrando más tarde hacia el norte hasta alcanzar los valles de los Andes, llegando a someter allí a un antiguo pueblo llamado “quito” y “se establecieron al nivel de la línea ecuatorial, entre el extinto volcán de Imbabura y los picos de Cotacachi”.
Los caraques o caranquis invasores, durante la consolidación de su dominio territorial y político fundaron una dinastía —la de los shiris— cuyos dominios llegaban desde Pasto (en la Colombia actual), hasta las estribaciones de los montes Puruhás (en la zona actual de Riobamba, Ecuador).
Los Shiris para mantener el poder en sus manos aglutinaron en una suerte de confederación a las etnias y tribus bajo su dominio, especialmente a los Cañaris, Quitus, Otavalos y los mismos Caranquis. Esta alianza se ha dado en llamar –para algunos impropiamente- como “Reino de Quito”.
Neftali Zuñiga[1], historiador del país del norte, nos dice respecto a los Shiris: “El jefe común, el jefe supremo, el centralizador de poderes de los jefes o caciques de los otros ayllus y tribus [confederadas] llamóse “shiry”y fué señor o dirigente, no solamente de su ayllu y tribu, sino de todos los confederados o subyugados al suyo, que era el “Reyno de Quito”. Los shyris… eran tan implacables guerreros como avisados políticos…”, y en determinado momento líderes de la confederación militar organizada con fines defensivos contra los conquistadores incas.
Los “Shiris” eran también conocidos como “Quituqaras”. Según historias recogidas por el cura jesuita Juan de Velasco en su obra “El reino de Quito”, publicada en 1846. Desde esta organización tribal y étnica en alguna forma unificada, se buscó parar el avance de las huestes conquistadoras de Huayna Capac.
El dominio shiri duró cuatrocientos años, hasta que fueron conquistados por los incas. De ello dan cuenta investigaciones históricas disponibles sobre el asunto.
Al respecto, algunos historiadores ecuatorianos [2] tienen establecido que
“…hacia el año 1455, los incas iniciaron la expansión de su imperio hacia el norte, sometiendo una a una a todas las naciones indias de la región. La conquista de los caraques comenzó en 1478 bajo el imperio de Tupac Yupanqui, y sólo pudo consumarse tras dieciséis años de sangrienta lucha. El último rey shiri resistió valerosamente la acometida de las huestes de Huayna Cápac, el nuevo monarca inca, pero fue capturado y muerto de un lancetazo. Sin embargo, los vencedores, con generosidad característica, decretaron un perdón general a favor de los vencidos, e inclusive Huayna Cápac llegó a tomar como coya (o esposa) a Paccha, la hija del extinto rey shiri, de cuya unión nació su hijo favorito: el legendario Atahualpa, el último de los incas”.
La nueva dominación incaica pareció inicialmente pacífica, pero no faltaron focos de rebeldía caranqui-shiri.
Alrededor del año 1515, según cálculos del cronista Cieza de León, en tiempos de Huayna Capac, los shiris y sus confederados principalmente caranquis junto con cayambes y otavalos intensificaron en alto grado su latente y a veces manifiesta rebelión contra el dominio incaico. Ante la gravedad de la violenta y multitudinaria insurrección que estalló en esa coyuntura, el mismo inca decidió liderar la contraofensiva. Después de prolongados y reiterados encuentros con pérdida de miles de vidas por ambos lados, la cruenta batalla final y decisiva se dio a orillas de la laguna Imbaya donde más de treinta mil auk’as imperiales vencieron a los caranquis y compañía. La pocas veces vista violencia guerrera, ahíta de muerte y masacre hizo que la sangre llegara a teñir de rojo la laguna, la que por eso desde entonces paso a ser conocida como Yahuarcocha («Yahuar» significa sangre y «cocha» significa lago) Hay abundante literatura histórica de esos excepcionales y apasionantes hechos[3].
Huayna Capac, empleando la estrategia de pacificación que se usaba en estos casos, apeló a la institución de traslado de poblaciones a lugares distantes de sus propias localidades. Una parte de ellos que se distinguió por su belicosidad subversiva tuvo que ser expulsada del lugar donde estaba asentada y fue deportada bajo el sistema de mitmas “principalmente a la región de Aymarás, junto al lago Titicaca”, como anota explícitamente un analista ecuatoriano, aun cuando no llegó a precisar que ese destino fue la localidad de Ichu.
Si bien los “Shyris” , Shiris o Schyris, eran los nombres de los gobernantes que ejercían el más alto mando entre las etnias confederadas del Reino de Quito, tal denominación se extendía a los habitantes del reino y es con ella que pasan a radicar –como se dijo- en el altiplano puneño, específicamente en Ichu. El vulgo los denominó como “Ichuch’ris” (Ichu por el lugar de residencia y Ch’iris por su remoto lugar de origen).
La “usuta” en tiempos prehispánicos
Bernabé Cobo [4], cronista de la historia peruana, viajero impenitente que tan meticulosamente describió la vida y costumbres en la cultura andina, refiere:
“Al calzado que usaban llamaban usuta; hácenlo de una suela más corta que lo largo del pie, de suerte que traen los dedos fuera dellos, para agarrar con ellos cuando suben cuesta arriba. No tienen más obra estos zapatos que las dichas suelas, atadas de los talones al empeine del pie con ciertos cordones de lana tan gruesos como el dedo, hechos con gran curiosidad, porque son redondos y blandos… Son las suelas deste calzado de cuero crudío, sacado del pescuezo de sus carneros, por ser más grueso el de aquella parte que lo restante de todo el cuerpo; y como no está curtido, se pone como una tripa en mojándose, por lo cual se descalzan cuando llueve o está el suelo mojado. Deste calzado sin diferencia alguna usaban hombres y mujeres; mas ya éstas, y aun los más de los indios, van entrando en nuestro uso”.
El padre jesuita José de Acosta, al tratar brevemente las practicas matrimoniales durante el incario, apoya la tesis de la inexistencia de poligamia y describe el rito del matrimonio diciendo:
… y recibíase con especial solemnidad y ceremonia, que era ir el desposado a su casa, o llevalla consigo y ponelle él una otoja en el pie. Otoja llaman el calzado que allá usan, que es como alpargate o zapato de frailes franciscos, abierto. Si era la novia doncella, la otoja era de lana; si no lo era, era de esparto…
Fray Martin de Murua, dice refiriéndose a la indumentaria del inca:
El calzado eran unas ojotas que cubrían las plantas de los pies, y se enlazaban en medio del pie con sus asideros por el carcañal; y adonde se trababan las lazadas ponían unas cabezas de leones, o tigres, o de otros animales, hechos de oro y de plumería, y piedras ricas de esmeraldas, y otras que en este Reino había.
Alberto Tauro del Pino, en su famosa enciclopedia, consigna lo siguiente en relación con el antiguo calzado que usaban los peruanos en los tiempos del incario:
Ojota (del quechua: usuta): especie de sandalia usada por los peruanos desde tiempos inmemoriales. Solían hacerlas con una suela le cuero, o de fibra vegetal, y ataban ésta al pie mediante cordones de los mismos materiales. Garcilaso anota que la enseñanza de su confección debióse a Manco Cápac; pero Cieza de León aclara que el fundador del imperio limitóse a imponer a los cuzqueños el uso de las ojotas en lugar del calzado que hasta entonces habían llevado. De allí la importancia que en las ceremonias del huarachicu tenía la demostración de habilidad en el arte de hacerlas. En todos los pueblos las fabricaban para depositarlas en los tambos y darlas a los guerreros que participaban en alguna campaña. Y tanto el inca como los personajes notables las usaban de un tipo especial, confeccionadas con una paja delgada, de un color amarillo semejante al del oro, y atadas con hilo dorado. Tales refinamientos quedaron olvidados por efecto de la conquista española; pero la población indígena continuó usando ojotas, ordinariamente hechas con cuero fresco que mediante el uso debía adaptarse al pie, y el arte de fabricarlas constituye hasta hoy una ocupación muy extendida. [5]
Aparece el caucho o jebe
Obviamente, en aquellos lejanos tiempos se desconocía el caucho en sus usos y aplicaciones actuales, los mismos que surgieron a principios del siglo XX con la invención y acelerada expansión del automóvil en Estados Unidos. El pionero Ford modelo T requirió ruedas cuya superficie de rodamiento sea más o menos suave en cuanto se adapte a los accidentes del suelo, superando así la dureza de las ruedas de las carretas de entonces. Los nuevos artefactos móviles para el transporte de gente y mercaderías demandaban ruedas que, además de su blandura relativa, permitieran mayores velocidades a las de los vehículos halados por animales – en especial, caballos- en amplio uso en esas pasadas coyunturas.
Para atender a tales requerimientos las ruedas de caucho fueron variando en mayores dimensiones y características conforme fueron desarrollando nuevas performances en los modelos de vehículos de variadas marcas. Las llantas tenían –como ahora- tiempo de uso limitado por lo que, las que habían cumplido su ciclo útil se acumulaban como desecho por viejas y ya inservibles. Es ahí cuando en la región puneña surge la inventiva de señalados indígenas de la antigua comarca de Ichu muy cercana a la ciudad de Puno, quienes idearon, experimentaron y finalmente empezaron a emplear tales desechos reemplazando -en las muy usadas Ojotas o Usutas- el cuero animal por el caucho de las llantas en desuso.
He aquí una explicación de ese ingenioso cambio de material empleado en la confección de Ojotas:
El escritor puneño Alfonso Canahuiri, en una muy difundida nota sobre el tema en su libro HISTORIA SOCIAL DE ICHU, señala que
“Damián Choque, poblador de Ichu (Puno) inventó la ojota de jebe en 1920.
Antes de la invención de la ojota de jebe los pobladores de Ichu y sus parcialidades se dedicaban en la confección de riendas, en el cultivo de la cebolla, en la elaboración de bayetas, en la compraventa de ganados y como pescadores. A falta de vehículos motorizados por ausencia de caminos carreteros y por el costo del pasaje por el tren. Los icheños solían viajar a pie hasta Arequipa y otras ciudades de la costa junto con los arrieros. Para el largo viaje confeccionaban ojotas de cuero de vaca o de auquénidos, la ojota de cuero apenas duraba el viaje hasta Arequipa y para su regreso debían tener otra ojota.
Damián Choque Ponce de Tunuhuiri Chico tenía varios oficios y se caracterizaba de ser muy curioso, es más sobresalía en la Joyería y Platería. Este icheño artesano en una de sus tantas veces de viaje a llegar a Arequipa había visto cantidad de llantas viejas botadas. Y se había propuesto confeccionar su par de ojota de la llanta y como pasador obtuvo de los ponchos y cámaras elásticas.
Francisco Choque Cruz con asombro recuerda que don Damián a su regreso se paseaba muy campante con su ojota de llanta, cosa que causó sorpresa a sus paisanos. Este invento motivo la fiebre de viaje hacia Arequipa para traer llantas viejas por el tren. Los primeros que imitaron o aprendieron fueron los hermanos: Aurelio, Pablo y Cipriano Flores, las ojotas se vendían como novedad a los caminantes y arrieros que pasaban por Ichupampa, todos los Icheños se interesaron en aprender a cortar llantas para confeccionar ojotas y se desplazaron hacia las ferias con su venta”
Cómo es la Ojota, Usuta, Yanque o Jisku
La “Usuta” o “Yanke” en quechua o “Jisku” en aimara y en los tiempos actuales conocidos por su vocablo castellanizado “Ojota”, fue una especie de sandalia usada antiguamente por los indígenas de Perú hecha con piel de llama, guanaco o alpaca. La Ojota icheña es ahora un calzado de origen campesino que consta de una gruesa base hecha del recorte de un neumático o llanta, un par de tiras planas más delgadas del mismo material -ancladas en tal base gruesa- que se cruzan en el empeine y una tira que partiendo de la base va y regresa al y del talón para sujetar el pie.
Las “ojotas” se usan para caminar con ellas en cortas o largas distancias y para uso en el hogar y en la vida de relación social. “Son livianas se acomodan a los pies; son durables y están diseñados tanto para varones y para damas y niños”, consigna un aviso comercial.
Walter Corza Marveli y Renata Flores, dicen en una red social sobre las Ojotas:
“En los andes peruanos existe un calzado tradicional muy conocido llamado “Ojotas de jebe”, su nombre viene de la palabra quechua Ushuta (sandalia usada por los incas). Este tipo de calzado fue inventado gracias a la creatividad peruana, que convirtió unas llantas viejas en calzados de larga duración y con un precio muy económico”.
Y Enzo Amado Blancas añade que:
“…las Yanquis o Sandalias de jebe o Caucho (made in Perú) también llamadas OJOTAS … son sandalias elaboradas de caucho, básicamente fabricadas artesanalmente de neumáticos. Estas sandalias tienen una gran durabilidad y son usadas por los campesinos de los andes peruanos, lo mismo que lo utilizan con indumentarias para algún tipo de celebración”
La propagación de la Ojota de los Ichuch’iris
Las ojotas se conocen y usan en los pueblos del Perú, Bolivia Ecuador y Chile gracias al trabajo incansable de los ichuch’iris, quienes individualmente o en pequeños grupos son conocidos viajeros en todos los pueblos de los países aludidos por llevar las ojotas, fabricarlas y venderlas en puestos que generalmente se ubican en las cercanías de los mercados de abastos.
Por lo demás, quienes por distintas razones han emigrado a las alejadas localidades de la costa y de la sierra de los Andes centrales y hablan aimara, tienen a los trashumantes icheños los mejores interlocutores para ejercitarse en la práctica de ese idioma y comentar sobre la vida y aconteceres de la patria chica, manteniendo la vigencia del idioma ancestral.
La Ojota, en tanto preciado producto de uso extensivo en la indumentaria de amplias capas poblacionales de diversos países y los trabajadores que divulgan su uso, deben ser declarados oficialmente como patrimonio cultural vivo del Perú.
Sería un acto de justicia.
[1] Neptli Zuñiga: Atahualpa o la Tragedia de Amerindia. Shiris y Reino de Quito. Ed Americalee, Buenos Aires, 1945, pp 126 y ss.
[2] Revista Geomundo: Los indios Otavalos. Probablemente los más prósperos de nuestra América. Octubre 1978 pp 402 y ss.
[3] Garcilaso de la Vega: Comentarios Reales de los Incas, libro sesto, Capitulo XI Rebelión de los Caranques y su castigo. Pedro Cieza de Leon: Señorío de los Incas, Capitulo LXVIII (Entre otros)
[4] Bernabé Cobo: Obras Completas, Ed. Atlas, Madrid, 1964, TOMO II, p. 238
[5] Alberto Tauro del Pino Enciclopedia Ilustrada del Perú, Ed. Peisa, 3ra edición 2001, Tomo 12, pag.1835