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Mariano Melgar, historia y leyenda
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Mariano Melgar, historia y leyenda

Umachiri, 1815.

Los dos ejércitos contrarios fueron avanzando con cautela, entre las sierras ásperas y con la dificultad del paso del río Ayaviri, que había crecido por las lluvias. En la madrugada del 11 de marzo el general (realista) Ramírez levantó su campo, que estaba en la estancia Tacañahui; sus tropas cruzaron un brazo del río; y vieron al frente suyo, formada en una columna interminable, la «alborotada y fogosa multitud» de los soldados de Pumacahua, con más de treinta piezas de artillería, 800 fusiles, y «hondas, macanas, lanzas y algunas pistolas y sables». La declaración de Pumacahua, después de su prisión, dice que sus hombres serían cerca de 14.000; el regente de la Audiencia del Cuzco, Manuel Pardo, habla de 20.000, y el Diario de la expedición, de Juan José Alcón, pone en labios de los prisioneros y singularmente de Melgar la declaración de que «tendrían sobre 30.000 hombres». Pero la multitud y el entusiasmo no pueden superar la experiencia y la técnica. Y así ocurrió aquel día con la fuerza numéricamente muy inferior de los realistas, que desbarataron a las tropas patrióticas.

Umachiri, Provincia de Melgar, Puno.

El Diario de las operaciones del ejército del General Ramírez reseña los varios episodios de esta cruenta batalla. Después de los muchos disparos cambiados en la mañana y de la toma de posiciones de ambos bandos, cuando se acercaban las tres de la tarde Ramírez decidió vadear el río Llalli, pequeño pero crecido y pedregoso. Los soldados se despojaron de sus pantalones y con «la cartuchera sobre la cabeza y los fusiles al pescuezo» se metieron en el agua, que les daba hasta el pecho; y unos seis perecieron ahogados. Las descargas cerradas se sucedían, y en un instante un grupo de 500 patriotas bien montados salió de la quebrada del pueblo de Umachiri para atacar por la retaguardia. Sin embargo, ya todo era inútil. En el combate duro triunfaron el arrojo, la habilidad en el despliegue y los tiros certeros de los realistas. Cuando cayó la noche la batalla había terminado y mil cadáveres quedaron tendidos en el campo.

El Diario de las operaciones afirma que «se pillaron al coronel Dianderas y al coronel yerno de Pumacahua, a quienes después de darles tiempo para su disposición espiritual se les pasó por las armas, reservando para el día siguiente al auditor de Guerra Melgar, y al cacique de Umachiri». El expediente de la causa seguida al menor Manuel Rospillosi, o Rospigliosi, hijo de Juan Bautista Rospillosi, teniente coronel del ejército patriota en Umachiri, dice simplemente que el acusado «también hace acuerdo, que le dijo el mismo Aragón que había pasado por las armas a Melgar el señor General Ramírez». (Se trata de Juan Aragón, «soldado derrotado de los insurgentes»). El Diario de la expedición precisa que Melgar era uno de los prisioneros «que sobresalían entre todos los demás por su obstinada decisión y otras calidades». El parte del general Ramírez al virrey Abascal del 3 de abril ampliatorio del que escribió al momento mismo de acabarse el encuentro, aclara con más detalle: «haber mandado pasar por las armas a dos coroneles que se tomaron prisioneros, reservando la vida del auditor de Guerra, que también cayó, hasta recibir su declaración, que concebí interesante a mis subsecuentes medidas».

No ha llegado a conocerse el contenido de esa declaración. El mencionado Diario de la expedición recoge solamente lo referente al número de las fuerzas patriotas. El testimonio del administrados de Correos Calidonio Aparicio, en el proceso a Pumacahua, dice que «sabe por haber escrito la declaración del Auditor Mariano Melgar que el expresado Brigadier Pumacahua esperaba la derrota de este ejército (el realista) para dirigir su marcha contra la capital de Lima»; pero no es un testigo que inspire mucha confianza.

Últimos momentos del héroe y la rebelión

La leyenda creada y acrecentada en más de un siglo alrededor del nombre de Melgar ha querido llenar con unos adornos novelescos ese vacío de los documentos. Su hermano José Fabio, que recogió la tradición familiar y amistosa, pero que escribió sus «Noticias biográficas» cincuenta años más tarde, dice que en la batalla de Umachiri «los últimos tiros del cañón eran asestados por el Auditor de guerra», y que el caballo en que pudo salvarse «fue empleado en la fuga del mismo a cuyo cuidado había sido puesto». El viajero inglés W.B. Stevenson, que se preciaba de «amigo íntimo» de Melgar, afirma que «sus padres, sus amigos, sus aliados, solicitaron su perdón, que le fue prometido bajo condición de que se retractara públicamente de sus errores», y que el poeta se negó y fue fusilado; pero la afirmación es increíble, porque los padres de Melgar estaban en Arequipa y el fusilamiento se produjo sólo unas horas después del combate.

El general Miller, en sus Memorias, añade que, condenado Melgar, un sacerdote quiso exhortarlo con frases inoportunas y que Melgar le contestó bruscamente: «Padre, no es éste el momento de hablar de política ni de cosas de este mundo. Vine a este sitio preparado para morir, pero Ud. me ha distraído. Que me den un cigarro». El francés Dabadie cita y repite a Miller; y añade erradamente que Melgar fue llevado prisionero a una isla del lago Titicaca. Pero el hermano de Melgar, José Fabio, refuta a uno y a otro, niega que hubieran existido el mal humor y el rechazo al sacerdote, y sostiene que Melgar «se confesó y recibió la Eucaristía cuando marchaba del Cuzco al campo de batalla». Aun en tiempos recientes, el propio Francisco Mostajo, habitualmente realista y ajustado en sus juicios, se deja llevar por la leyenda y refiere que Melgar fue hecho auditor de Guerra «porque ya era Doctor en ambos Derechos» (lo que se ha visto que es dudoso) y que «como también era matemático prestó espontáneamente sus servicios en la artillería, arma que necesita ciencia y cálculo» (lo que no es sino una conjetura).

La leyenda ha alcanzado a mayores extremos todavía. Se ha llegado a decir que el auditor de Guerra que redactó la sentencia de Melgar fue Manuel Amat y León (supuesto hijo natural o nieto del virrey Amat), quien iba a casar después con «Silvia», arrebatando así al poeta el amor y la vida. La realidad sólo en parte es exacta. Efectivamente Amat y León contrajo matrimonio con María Santos Corrales y Salazar el 24 de noviembre de 181956, o sea cuatro años y medio después de la muerte de Melgar; pero ni fue hijo del virrey, ni fue auditor de Guerra de Ramírez, ni estuvo siquiera en el bando realista. Por el contrario, su actividad de patriota fue intensa. Estuvo con Pinelo cuando éste pasó al Alto Perú para luchar en compañía del cura Muñecas; presentó en Lampa un cuerpo de tropa a Pumacahua; fue sargento mayor de la plaza en Umachiri; batalló al lado de Melgar –y no contra él– en aquel combate; pudo escapar, después de la derrota, a las montañas de Apolobamba; y siguió luego penosamente, a pie, hasta la frontera con el Brasil, para sólo volver al Perú con un indulto. Conectado siempre con las campañas de los patriotas, recibió después a Sucre en Arequipa y proclamada la Independencia fue ascendido a coronel.

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Foto atribuida erróneamente a Silvia

No tuvo nunca recelo, tampoco, sino simpatía profunda a Melgar. Tan es así, que al trasladarse los restos del poeta en 1833 hasta el nuevo cementerio de la Apacheta en Arequipa, acompañó la procesión fúnebre y fue de los primeros en el duelo. El mismo colocó en el sepulcro la urna con los restos, y pronunció entre lágrimas una emocionada oración de despedida.

Dejando de lado la retórica sentimental, la suposición y la novela, lo cierto y documentado es que Melgar fue fusilado a los veinticuatro años y medio de edad en Umachiri, el 12 de marzo de 1815, a casi cuatro mil metros de altura, en la altiplanicie sobria y fría, entre el paisaje de «ichu» amarillento, regajales oscuros y riscosas colinas. Al brigadier Pumacahua se le prendió en Maranganí, y tras un proceso sumarísimo se le ahorcó en Sicuani el 17, «pasando su cabeza al Cuzco y su brazo derecho a Arequipa». Los hermanos Angulo, Gabriel Béjar y otros prisioneros de importancia fueron pasados por las armas en el Cuzco, donde ingresó Ramírez el 25 de marzo.

Así terminó la rebelión, que de haber triunfado habría logrado para el Perú en 1815 –años antes que las expediciones libertadoras y victoriosas de San Martín y de Bolívar– una independencia nacional afirmativa, con sentimiento indígena pero con asimilación mestiza de la cultura occidental que preconizara con acierto la integración general del Perú.

Tomado de «Mariano Melgar, Historia y Leyenda» de Aurelio Miró Quesada. Lima, 1998. UNMSM. Puede leerse el libro en https://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtual/libros/literatura/melgar/indice.htm

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