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Humareda
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Humareda

Humareda era un peleador callejero, un perro sin dueño. La corbata y las hileras de los zapatos fuera de sitio, la bragueta abierta y la correa suelta; sin embargo, más allá de esos detalles, era un dandi, un elegante mental, hombre fino, no un cholo arribista ni mezquino. Cholo le decían por puneño, por marginal, por marginado, porque venía de un mundo remoto, y porque cholo, cholito, a veces es palabra de cariño y porque juntarse con el cholo les daba cierto rango de peruanidad, Humareda les daba sabor nacional, identidad. Pero claro, es no significa que era un cholo del montón.

Calle de Lampa (primer cuadro conocido Aramayo, 2017) ; Santiago Procesión y diablos en Lampa (Aramayo, 2017); Fiesta Religiosa (Candelaria) (Internet)

Sabía apreciar las buenas maneras, la conversación inteligente, la cultura de la gente, hombre sin prisa ni compromiso, con respiración tranquila contemplaba el mundo y sus alrededores; vivía de la pintura y para la pintura, solo ella determinaba sus encargos, sus ambiciones, su ansiedad. Sus amigos están convencidos de tener al frente a un afrancesado del siglo XIX, a un siútico sin remilgos, amante de lo más exquisito de la cultura occidental. Hombre que afronta la vida entre sombras y hambres con dignidad, reconociendo su singularidad a cada paso, “me gustan los grises, los colores sucios”, aunque no se cansara de lavar sus pinceles con aguarrás y luego con jabón pepita, entre los escombros de una sociedad decadente, que resbala cuesta abajo y que cree que va en ascenso, de hombres despreciables que se enriquecen con su pintura sin ningún escrúpulo, que parasitan su pobreza y su dignidad, entre mujeres de alquiler y pura fantasía, pompas de jabón a las cuales muchas veces no duda en cambiarles el rostro por el de sus clientas burguesas, que le esquilman hasta el último centavo; para crear sin desearlo, un híbrido fantástico: mitad sirvientas mitad princesas del paraíso limeño, un espejo en el que estas mujeres quieren y no quieren mirarse, pero en el fondo si quieren; en un ancho contexto de pierrots, arlequines, quijotes desquiciados, jueces tremebundos, caballos hermosísimos, eléctricos cuando no apocalípticos, o solo caballejos esperpénticos recien llegados de la Mancha.

Arlequín descansando; Procesión del señor de los Milagros; Quinta Hereen

Si Diógenes el Can, linterna en mano, hubiera acertado a cruzarse con Humareda, habría exclamado: he aquí un hombre. Finalmente, un hombre. Sin embargo, de seguro que los choferes limeños, que no respetan ni siquiera al semáforo, cuántas veces estuvieron a punto de atropellarlo, asaltarlo, degollarlo, como feroces y enloquecidos críticos de arte, que han perdido la razón, como la mayor parte de ellos, no tienen ningún principio a no ser yantar diario. Un huérfano del destino, un desheredado de la sociedad, dice Artaud de Van Gogh, a su lado Bukowsky resulta un afortunado, Humareda ni siquiera era borracho, no tenía aquel bastón líquido para tropezar mejor y despertar a una vida mejor o peor, como se sabe el día de su cumpleaños, cada 6 de marzo, reunía a los trabajadores del hotel y a su dueño, el “judío”, para brindar con el mejor champán al alcance del momento, y aunque muchos no lo crean su ebriedad era existencial, ni drogas ni pastillas satánicas, menos la bebida. Era voyerista y mujeriego, se deleitaba contemplando la belleza femenina.

Su amor por Marylin es el eje de sus fantasías sexuales y vitales, y vitrales, la sublimación de su eros y el constructo de un arquetipo de belleza trágica, fatal, pero glamorosa, perfecta en la mente, un ideal, la Marylin de los afiches que extiende sobre su cama para quedar extasiado y compartir con los ojos abiertos de quienes le visitan, ojos como linternas que lo alumbran, esa que canta Ernesto Cardenal y que Humareda adora todos los días, por los siglos de los siglos, amén. El sol de cada mañana, la esperanza de cada noche, la luz de su habitación, en fin la matriz de la Galaxia Marylin, Orión con la falda levantada por un extractor de aire en una calle de Nueva York, de París u Hong Kong, al calor de su piel, de su miel; a la luz de su armonía despiertan Kant y Beethoven, Kierkegard y Mozart, Cervantes y Liszt todos los monstruos juntos, los cíclopes griegos bañados en infusión de manzanilla, Cronos comiéndose a sus hijos, todos dispuestos a resolver sus diferencias a expensas de un bizcocho con leche bajo la mesa, bajo la dirección de Sócrates, a costas de la ironía de Sócrates, la ironía socrática, infusión inolvidable preparada para el visitante que se atreva aproximarse a curiosear bajo su dintel, bajo sus manteles, porque nada es gratis en esta vida, si quieres Humareda tienes que probarlo tal cual es.

Puente de los suspiros; Humareda; Torero

Víctor Humareda Gallegos un histrión a la franca, bufón, bailarín, actor de la vida, desdoblándose cuando quería tener el gusto de agasajar a un amigo, sorprender a un periodista, o solo encontrarse consigo mismo, y digo a la franca porque las personas actuamos, por lo general, para escondernos de nosotros mismo, otras para crean una ficción ante el otro, ante el público. Entonces aparecen los correctos, los honrados, los decentes, el estrato político pulcro, los atildados, aunque algo se pudre en Escocia. Ese era el sentido de su actuación, desenmascararse y desenmascarar a otros. Amaba la actuación, alguna vez Gregorio Díaz, hombre de teatro, le preguntó ¿por qué te gusta el teatro? Y él le dijo, “porque es la suma de todas las artes, la filosofía”. Amaba a Shakespeare, (“Willy, ese flaquito que me espera en la puerta para ir a dar un par de vueltas”) a Sófocles, a Brecht, “Brecht es como Goya, por su fuerza” a Wilde por La importancia de llamarse Ernesto interpretada por Edgar Guillén. Víctor Humareda necesita ver Las ranas de Aristófanes, escribe en la libreta Guillermo Fouwks. En el teatro, en la ópera, en la danza, podía estudiar el movimiento que anima a sus personajes. La quietud me arruina, arruina el trabajo del artista.

Humareda: Boceto de un Ayarachi (Aramayo, 2017)

Roberto Miro Quesada, uno de los críticos de arte más lucidos que ha tenido Lima tempranamente desaparecido, coincide con nosotros en algunos puntos e inaugura otros, como cuando lo compara con Arguedas en su artículo «Humareda el último clásico».

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«En el Perú, el expresionismo no solamente esta presente en pintores como Humareda, Sérvulo Gutiérrez o Herskovitz, sino incluso antes, en los trabajos de los indigenistas; pero también después , en toda aquella estética que trata de afinazarse a partir de experiencias cotidianas en las zonas marginales de la ciudad. De esta manera, humareda es un puente entre las propuestas de Julia Codesido, que entrañan un indigenismo donde lo andino es visto desde Lima, y lo que más tarde será la alternativa de alguien como Herbert Rodríguez o las experiencia del grupo Huayco…Lo que si decididamente no ha tenido seguidores es es la ternura, la emoción y el encanto con que logró transmitirnos la sensibilidad de la humanidad de esos bajos fondos en los que vivió y se nutrió. En ese unto no puede dejar de ser comparado con Arguedas , que entregó a la literatura una emoción andina fecunda, he hizo de ella un símbolo de identidad».

Humareda Foto: Herman Schwarz

Este artículo presenta extractos del libro «Humareda» de Omar Aramayo (UNA Puno, 2017)

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