Mucha tinta y baba han corrido sobre el tema de la Diablada y el traje que se escogió para que una ‘miss’ del Perú se presentara en un certamen mundial de belleza. La cosa parece más bien simple, abultada sí por el periodismo intonso y recogida por los políticos ávidos de rentabilizar sus ánforas.
El tema de la Diablada está claro: es una danza cuya paternidad no está en discusión, es universal. Que en estas tierras de América Morena hubiese cuajado en el Alto Perú -parte de cuyo territorio se convirtió luego en Estado asumiendo el nombre de su padrino, el inefable Simón Bolívar, Bolivia-, es historia que se ha repetido muy bien últimamente. Su origen local está pues en la tarea de evangelización del siglo XVI.
Lo irrecusable es que, cinco siglos después, hay dos diabladas, la que se baila en Oruro (ex Alto Perú, hoy Bolivia) y la que se baila en Puno, heredad peruana de siempre.
La una, con música marcial, bailada con banda de instrumentos metálicos de viento, que adoptaron ritmos y melodias de la tarantela italiana, de coreografía gimnástica y una singular parafernalia de trajes y máscaras producto no solo del imaginario orureño sino copiados de culturas allende los mares y, cómo no, de las andanzas de los comerciantes de estas fiestas.
La otra, la puneña, cuya característica fundamental está en el grupo musical con el que danzan los integrantes: una tropa de sikuris que tañen sikus o zampoñas y que desarrollan una coreografía simple mientras ejecutan sus instrumentos. La música es una variedad de huayño llamado sikuri, de compás 2 por 4, sincopado y cuyo ritmo lo marcan uno o dos bombos, una tarola o redoblante, platillos y triángulo. Despojada de la casi totalidad de los elementos de los Siete Pecados Capitales (origen de la Diablada de la que surgieron las dos corrientes), la de Puno de coreografía ad libitum, con trajes parecidos a los del otro lado del lago, tiene como personajes diablos mayores y menores, una ‘china diabla’ y figuras extraídas por el imaginario popular de las películas de entonces.
El músico Julián Palacios y el Ing. Ignacio Frisancho hicieron hace mucho tiempo un deslinde suficientemente académico sobre el hecho.
El intríngulis 2009 está en el uso de uno de los trajes evidentemente boliviano por nuestra representante al certamen de belleza.
En más de una oportunidad, en todos los medios donde el autor de esta nota hubo trabajado (Eco de Puno, El Pueblo, Expreso, El Nacional, Gente, TV 9, 7 y 2, y Excelsior) formuló recriminaciones a la irracional conducta de quienes se apropiaron de la exhibición de danzas puneñas con oportunidad de la festividad de la Virgen de la Candelaria y que, oficiando de mercachifles del folclor puneño, plagiaron sin pudor y solo por puro mercantilismo los trajes y hasta algunas danzas que año a año sus pares bolivianos ‘inventaban’ para su fiesta del Señor del Gran Poder.
Los directivos puneños iban con mil ojos a esa fiesta, veían las ‘novedades’ y ¡zás! al año siguiente en la Candelaria copiaban los trajes dándoles algún ‘toque’ personal.
Así también sobre las cariñosas calles de Puno hicieron su intrusión los potolos y los tinkus, las sayas y las tuntunas, las tobas y los caporales, que nunca antes habían circulado allí. Y las bandas, ni se diga.
Aunque haya quienes se rasguen las vestiduras y lo nieguen so pretexto del Alto Perú, eso fue una bolivianización de nuestras formas culturales dancísticas, perpetrada desde los años 60; tanto, que ha devenido en una distorsión sociológica cuando las nuevas generaciones, a partir de entonces, asumen como propias y las cultivan con efusión, música y danzas que no pertenecen al localismo de esta parte del Alto Perú, de Puno. Esa intrusión si no ha aplastado totalmente a las expresiones como las kaswas, pujllays, choquelas, kajchas, y un larguísimo etcétera, será porque éstas provienen felizmente de una sólida herencia cultural.
En materia musical no es tanto el optimismo. Bombardeados los oídos con formas musicales allende el lago y sedimentadas éstas en la memoria auditiva de los niños y los jóvenes, ¿qué música podrían componer los nuevos músicos? La respuesta huelga.
No nos engañemos ni se haga politiquería chicha con eso del ‘Alto Perú’. Cultivemos lo nuestro, lo puneño. ¿Acaso no tenemos decenas, cientos quizá, de expresiones dancísticas y musicales? ¿Acaso no tenemos trajes típicos de hermosura sublime? Entonces, ¿por qué afanarnos en pretender nuestro un traje que no nos pertenece, y así como ésa, otras expresiones culturales?
Seamos serios y defendamos con fruición lo que sea puneño. Para nuestra suerte, Puno tiene aún mucho que exhibir. &